No ha sido fácil para Michelle Bachelet cargar con la herencia de Ricardo Lagos. Su gobierno se caracterizó por el énfasis en favor de los grandes empresarios, el escaso diálogo con los trabajadores y la inexistencia de políticas para apoyar a los pequeños empresarios. Al final de su mandato, la Confederación de la Producción y el Comercio, a través de su Presidente, Hernán Somerville, le expresó a Lagos con entusiasmo su agradecimiento. El insolente “déjenos trabajar tranquilo” del empresario Ricardo Ariztía, en los primeros meses de su mandato, se había olvidado. El amor era ahora correspondido.
El fugaz acercamiento al Mercosur en los primeros meses del gobierno de Lagos y el desesperado intento de retorno a la región con la presencia militar en Haití y la elección de Insulza a la Secretaría General de la OEA no impidieron el aislamiento de nuestro país en el entorno vecinal. La prioridad que se otorgó a los vínculos con los países industrializados generó desconfianzas en Brasil y Argentina, profundizó los conflictos con Perú y Bolivia y llevó nuestras relaciones diplomáticas a una seria crisis con Venezuela. Más allá de esfuerzos de última hora, se habían instalado profundas desconfianzas entre nuestro país y sus vecinos.
La política de infraestructura, debilitada por los escándalos del MOP, no impidió la importante ampliación del Metro. Sin embargo, esta iniciativa se vio oscurecida con el fracaso del TranSantiago y por los altos costos medioambientales que producirán las carreteras concesionadas en el corazón de la ciudad de Santiago.
Las políticas sociales de Lagos, siempre inspiradas en la focalización, incorporaron el Chile Solidario, pero fueron incapaces de enfrentar, de verdad, las enormes fragilidades que muestran la educación, la salud y la previsión. Ha quedado en evidencia la escasa valoración de la dignidad de la gente modesta cuando se les entregan casas de doce metros cuadrados y, también, cuando se les ofrece servicios de salud que limitadamente atiende el Plan Auge en malos hospitales o con una educación pública de deplorable calidad que sólo la movilización estudiantil ha podido desafiar.
Finalmente, aunque el crecimiento económico durante la Administración Lagos fue menos de la mitad que en los gobiernos de Aylwin y Frei, la buena salud fiscal y el bajo riesgo país se convirtieron en los rasgos macroeconómicos más distintivos de su gobierno y uno de sus principales éxitos. Si a ello se agrega la decidida apertura negociada con EEUU, Europa y Corea, es explicable, entonces, el entusiasmo de los grandes empresarios –los verdaderamente globalizados– por su gobierno. Además, la buena imagen con que termina su Administración se explica por una excelente política comunicacional, con su peculiar estilo autoritario/paternal, que entregaba una aparente seguridad a la ciudadanía en medio de un sistema económico caracterizado por la vulnerabilidad.
La Presidenta Bachelet inició su Gobierno con una herencia pesada, obligada a asumir muchas de las falencias de la Administración Lagos. A diferencia de éste, ella se propuso gobernar con nuevas caras, más mujeres y tecno-políticos alejados de los círculos partidistas, lo que se percibió como un desafío al establishment. Esta política en lo fundamental ha sido correcta, habida cuenta de la repetición de las mismas caras, en las posiciones de poder más relevantes, a lo largo de los 16 años de gobiernos de la Concertación. Si no hay alternancia política, nuevas caras refrescan el Gobierno y evitan las tendencias a la corrupción cuando los mismos de siempre se perpetúan. El lado negativo, tal vez, es que algunos violines de Bachelet, en esta puesta en escena, no han estado a la altura de la partitura. Pero, sin duda, ese es uno de los costos de cambiar los nombres en las estructuras de poder.
Segundo, la visita del ministro de Hacienda, Andrés Velasco, a los dirigentes de la CUT, en el propio local de la organización obrera, fue un hecho inédito, señal de reconocimiento a los trabajadores por su aporte al país. Porque no son sólo los empresarios los que construyen la riqueza nacional sino principalmente los trabajadores. Tercero, la Presidenta colocó como prioridad de la política exterior las relaciones con los países de la región y sus primeras acciones se han concentrado en significativos encuentros con los presidentes de Argentina, Brasil, Bolivia y con el recientemente electo, Alan García, de Perú. Cuarto, los ministros de Obras Públicas y de Transportes, después de informar al país de los graves errores del TranSantiago y de las carreteras concesionadas en la ciudad capital, se han esforzado en imaginar alternativas para enfrentarlos. Quinto, más allá de las confusiones comunicacionales, hay que valorar la aceptación gubernamental a la movilización estudiantil secundaria lo que ha colocado a la educación en el centro de la agenda nacional; al mismo tiempo, el compromiso con la transformación del sistema previsional se encuentra en pleno desarrollo y todos esperamos que el concepto de solidaridad se haga realidad con los adultos mayores.
La Presidenta Bachelet dirige al país de una forma distinta a la tradicional. Es posible que ello sea difícil de entender y que provoque desajustes con el sistema de partidos políticos. Sin embargo, hay que reconocer que ella se ha acercado a los trabajadores, a los estudiantes, a las mujeres; en general a los discriminados. Es un intento de convergencia con la ciudadanía y no sólo con los partidos políticos. Entonces, el Gobierno de Bachelet ha entregado señales para disminuir esa dramática brecha que ha caracterizado a Chile en los últimos años, abriendo nuevas sendas para alcanzar mayores equilibrios en la sociedad. Paralelamente, ha apuntado a encontrar mayores equilibrios en la política internacional, reconociendo que nuestro país es parte inseparable de América Latina. Asumir la pesada herencia de Lagos y, al mismo tiempo, intentar un Gobierno de nuevo tipo no es tarea fácil. Pero, vale la pena el riesgo.
Julio 2006
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