Lavín trabajó desde ODEPLAN para la dictadura. Luego fue su publicista, escribiendo y editando en páginas editoriales de El Mercurio. Junto al ideólogo Jaime Guzmán impuso el sistema electoral binominal para garantizar en el parlamento la hegemonía de la derecha y proteger así el modelo excluyente. Lavín favoreció también el aumento de las desigualdades y la concentración económica, al privatizar a precio vil las empresas públicas, al establecer un Código Laboral que debilitó al extremo las organizaciones sindicales, y al instalar las Isapres y las AFP, paradigmas de la vulnerabilidad en salud y previsión social.
Sebastián Piñera se defiende de la ignominia repitiendo que, a diferencia de Lavín, no fue un “funcionario público” durante el gobierno de Pinochet. Pero, el actual candidato de la derecha se aprovechó de las políticas públicas de éste, incluida la represión política y sindical, para construir un imperio de riqueza. Sin embargo, su intento de separarse del régimen del oprobio se oscurece con el estigma de haber sido el generalísimo de la campaña de Hernán Bucci en 1989, cuando la alternativa democrática representada por Patricio Aylwin era insoslayable.
Las disputas de la primera vuelta entre Lavín y Piñera fueron duras, pero no se explican por razones de fondo, sino por recomposiciones hegemónicas al interior de la derecha junto a pasiones personales por el poder. Por ello, no debiera sorprender el rápido apoyo de la UDI al candidato de RN. En cambio, razones de fondo unieron a los parlamentarios de la derecha para rechazar, sin fisuras, la iniciativa gubernamental de eliminar el sistema electoral binominal.
Es previsible, entonces, que si el 15 de enero el candidato de la derecha llegara a triunfar difícilmente podría prescindir de Carlos Délano, Eugenio Lavín, Silva Bafalluy, Manfredo Mayol, Cristián Larroulet, Francisco de la Maza y los hermanos Cordero. Estos samurais de Lavín, son los candidatos naturales a ministros, superintendentes y ejecutivos de las empresas públicas de un eventual gobierno de Piñera. Éste tampoco podría dejar de consultar a Longueira, Novoa, Moreira y al resto de los dirigentes de la UDI a la hora de adoptar decisiones fundamentales. A todos ellos Piñera los necesita muy cerca, tanto para sumar votos para el balotaje, como para imaginar su futuro gobierno, sobre todo bajo condiciones de un parlamento con decisiva mayoría de la Concertación.
El problema es que todos esos nombres simbolizan el fundamentalismo religioso o sea el rechazo al pluralismo, la exclusión política o sea la permanencia del sistema electoral binominal y la concentración económica o sea la acentuación de las desigualdades económicas y sociales. Además, y quizás lo más importante, es que la sociedad chilena no olvida que esos mismos nombres fueron el fundamento civil del gobierno de Pinochet.
Piñera obtuvo un buen resultado en la primera vuelta porque pudo golpear las debilidades de los gobiernos de la Concertación y simultáneamente separar aguas del pinochetismo.
Pero, a la hora de aceptar el apoyo de Lavín para la segunda vuelta su frescura política y posturas de futuro se debilitaron. En primer lugar, presionado por el conservadurismo del Opus Dei y de los Legionarios de Cristo, enraizados en la UDI, se ha visto obligado a atenuar el discurso cultural pluralista y liberal. En segundo lugar, debió coincidir con la UDI en el rechazo a la modificación del sistema electoral binominal propuesto por el Gobierno. Y, en tercer lugar, ha aceptado reeditar las campañas sucias de la derecha cuestionando la idoneidad de Michelle Bachelet para el cargo de Presidenta.
Estas tres posiciones, a las que lo ha obligado la UDI, le harán imposible ampliar su base de apoyo en los jóvenes, las mujeres y los desencantados con el actual sistema político. El costo del apoyo UDI a Piñera se hará sentir no sólo el 15 de enero sino en el futuro político del candidato.
03-01-06
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