La acentuación de la desigualdad en el ingreso en los países de América Latina preocupa a académicos y a organismos internacionales. Es un tema que hoy día no encuentra respuestas fáciles, porque la globalización ha disminuido los márgenes de actuación de los Estados nacionales en favor del predominio del capital. Éste, tiene el desafío de mejorar su presencia competitiva en el mercado internacional para que los que bienes y servicios que produce puedan posicionarse en el mercado mundial.
Se escucha con frecuencia en círculos empresariales que las políticas de redistribución de ingresos, en un contexto de apertura al mercado mundial, pueden afectar el interés inversionista y consecuentemente la actividad productiva. Esta es, sin embargo, una visión cortoplacista que atiende los intereses de ganancia empresarial inmediata y que, sin embargo, no tiene en cuenta la reproducción del capital a mediano y largo plazo.
Hay que reconocer que el capital, a diferencia del pasado, ya no necesita proteger sus activos, beneficios y prerrogativas mediante conspiraciones, sino simplemente reduciendo las inversiones, amenazando con disminuirlas o declarando su pesimismo respecto de las medidas gubernamentales. Por tanto, cuando los gobiernos actúan con “falta de realismo” a la primera declaración de los representantes del capital de inhibir inversiones, las autoridades evitan aumentar impuestos directos, cancelan compromisos de redistribución de la tierra, diluyen promesas de ampliar los derechos de los trabajadores y posponen los planes de asegurar ingresos básicos a los desamparados.
Esto explica porqué tanto derechas como izquierdas, empresarios y sindicalistas, organismos internacionales y gobiernos “han descubierto” en la educación el único instrumento para mejorar la deteriorada distribución del ingreso en los países de América Latina. En no pocos casos ello busca evitar una discusión sustantiva sobre la distribución para no afectar los intereses del capital. Así las cosas, sugerir medidas distributivas afectando intereses patrimoniales o de mejoramiento de la posición negociadora de los trabajadores se considera “ falta de realismo” frente a las exigencias de aumentar productividad y competitividad en un mundo global.
El realismo del corto plazo atiende los intereses presentes de maximización de ganancia empresarial, pero deteriora la posición social de los trabajadores y genera condiciones de desigualdad que hacen insostenible la viabilidad económica y política de nuestras sociedades.
El verdadero realismo atiende el largo plazo y tiene en cuenta que privilegiar el crecimiento por sobre las desigualdades, se convierte en una camisa de fuerza para potenciar plenamente el crecimiento a mediano plazo. Y, lo que es más delicado, conduce a la larga a inevitables enfrentamientos sociales que afectan al conjunto de la sociedad y, en particular las condiciones de inversión. Sin ir muy lejos, en el Diario del 8 de julio recién pasado se informa, con preocupación, que la fuerte alza de las primas de seguros en Chile responde a las protestas mapuches y las huelgas portuarias.
Si se opta por una posición realista que atienda el mediano y largo plazo el análisis y medidas de política para reducir las desigualdades en los países de América Latina debiera se un componente central de la agenda pública y de preocupación central de la dirigencia empresarial. Y, por cierto, ésta no podrá remitirse exclusivamente al tema de la educación. Los poseedores del capital deberán comprender que la ganancia fácil y rápida puede verse seriamente cuestionada en los años venideros si todos los costos de la mayor competitividad de la empresa se siguen trasladando a los trabajadores o si se persiste en disminuir los gastos sociales generales de nuestras sociedades.
El verdadero seguro en favor de las inversiones se encuentra en gobiernos y dispuestos verdaderamente a mitigar las inestabilidades económicas y sociales nacionales a que conduce la participación en el mundo global.
1998
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