lunes, 27 de diciembre de 2010

La Tercera Fuerza

Se ha abierto una interesante oportunidad para la emergencia de una tercera fuerza política en el país. La complacencia de la Concertación con el orden existente, la identificación de la derecha con la represión pinochetista y el rechazo de los jóvenes al actual sistema político han puesto en cuestión, por primera vez en veinte años, la alternancia entre los dos bloques que han monopolizado la vida política. 

Así las cosas, se abre espacio para que una izquierda moderna enfrente los desafíos del siglo XXI, recoja las demandas de los descontentos, ofrezca un programa transformador a los chilenos y ayude a democratizar de una vez por todas el país. 

Durante el siglo XX, desde Recabarren hasta Salvador Allende, más allá del signo de los gobiernos, la izquierda chilena fue determinante en la democratización y modernización del país. Junto a otros sectores progresistas aportó vigorosamente para la ampliación de los derechos políticos y sociales, la educación no confesional, la recuperación de las riquezas básicas, el derecho de las mujeres a su vida reproductiva, la recuperación de la tierra para quienes la trabajan, un Estado promotor de la actividad económica, la diversidad cultural y el fomento de la organización y participación ciudadana. 

A partir de septiembre de 1973 se produce un cambio radical, con la restitución de los rasgos más agresivos del capitalismo. Se instala un orden político excluyente, una institucionalidad económica favorable a los grandes empresarios, políticas sociales fundadas en el lucro y el retorno a una cultura decimonónica. 

La recuperación de la democracia y los diecinueve años de gobiernos de la Concertación no modificaron las bases fundacionales del gobierno militar, aun cuando la pobreza se redujo y las libertades públicas refrescaron la sociedad. 

En consecuencia, la emergencia de una nueva fuerza de izquierda en el panorama político nacional resulta indispensable, porque los partidos históricos de ese signo, miembros de la coalición de gobierno, renunciaron a la tarea transformadora que les dio origen. En segundo lugar, porque las demandas crecientes de una ciudadanía desencantada podrán encontrar allí su referente político. Y, en tercer lugar, porque la democracia se verá fortalecida con una participación y representación ciudadana que abra sus fronteras más allá de los estrechos límites actuales. 

Hay otras dos condiciones favorables para la emergencia de una fuerza política alternativa al duopolio existente. Por una parte, la anunciada crisis económica con un desempleo que probablemente superará la de fines de los años noventa, conducirá a amplias movilizaciones de trabajadores, reanudará las reivindicaciones estudiantiles y acentuará las protestas de los pequeños empresarios frente a una banca insensible. Ello pondrá en dificultades al gobierno, pero radicalizará al mismo tiempo el cuestionamiento a la propia institucionalidad que inventó la derecha. 

Por otra parte, los tiempos de cambio que recorren todos los países vecinos, en desafío al neoliberalismo y a la corrupción política, soplarán con mayor fuerza en nuestro país y marcarán la campaña electoral. Chile no es una isla y la demanda por un nuevo pensamiento y liderazgos alternativos estarán a la orden del día. 

La construcción de un bloque político y social por los cambios, con un nuevo pensamiento que se haga carne en la ciudadanía, estará a la orden del día en los próximos meses. Y, las próximas elecciones presidenciales serán sólo un hito para cumplir con esa tarea mayor. Un candidato único de la izquierda y una propuesta transformadora, debieran servir para que la ciudadanía identifique una alternativa clara frente a una derecha, inventora de la institucionalidad actual, y a la Concertación, que no tuvo voluntad para cambiarla. 

No obstante, las cosas no son fáciles. El Partido Comunista, que ha sufrido injustamente de exclusión durante el periodo pos-pinochetista, se ha propuesto aprovechar las elecciones de diciembre para llegar al Congreso. Intenta eludir la exclusión mediante pactos parlamentarios con la Concertación. 

Sin embargo, eludirla no significa eliminarla, ya que ello sólo será posible con un cambio constitucional y del régimen electoral binominal, que asegure una representación justa de todos los ciudadanos en el sistema político y no sólo de los partidos actualmente al margen. 

Por otra parte, el senador Navarro, con una inédita ofensiva publicitaria a lo largo del país ha insistido en llevar su propia lista parlamentaria, intentando con ello hegemonizar la nueva fuerza en construcción, para subordinarla a sus intereses presidenciales. 

Los descontentos están a la expectativa. Probablemente no quedarán satisfechos si en esa nueva fuerza emergente predominan los intereses personales y partidarios por sobre la tarea de cambiar el país. 

Tampoco recuperarán el entusiasmo si se coloca el énfasis en un pacto electoral que debilite el proyecto diferenciador de la izquierda en construcción. 

Si lo secundario predomina sobre lo principal habrá que esperar algunos años más para derogar la constitución antidemocrática y avanzar en la construcción de un nuevo modelo de desarrollo. 

09-02-09

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