jueves, 23 de diciembre de 2010

Compasión o Garrote

En octubre de 1979 vivía mi exilio al sur de Inglaterra, en un pequeño poblado llamado Uckfield. Algunos meses antes la Sra. Thatcher se había convertido en la primera mujer Primer Ministro e impulsaba, con mano de hierro, la liquidación del Estado de bienestar keynesiano que había caracterizado el país por casi cincuenta años. Ataque a los sindicatos, reestructuraciones productivas, disminución del gasto público. Impulsado por un gobierno de extrema derecha, el neoliberalismo se encontraba en su salsa mientras la sociedad civil ardía en la protesta. 

En algún día de ese octubre, como todos los años, se mostró en televisión el congreso anual del Partido Conservador. Cuando llegó el momento de la discusión sobre la educación, la formación de los jóvenes y la utilización de “la cane” (la vara) escuché palabras sorprendentes. 

Uno, dos, tres parlamentarios conservadores argumentaban que la rebeldía callejera, la protesta en los barrios populares en Londres, Manchester y Birmingham nada tenía que ver con la desocupación- que superaba los dos dígitos en aquella época-, ni con la pobreza o las reformas neoliberales de la Thatcher. El argumento que cobró fuerza en ese escenario conservador era que algo andaba mal con la educación de los jóvenes. Qué la protesta se explicaba porque no se les estaba pegando suficientemente a los niños en las escuelas. Qué se había relajado la utilización de “la cane” y que de ahí a la rebeldía, a la crítica al sistema, había sólo un paso. Y luego de este relajamiento en la escuela venía el desorden completo en las universidades, con responsabilidad directa de la sociología. 

Según los conservadores más fundamentalistas los estudios de sociología se habían extendido demasiado en la Gran Bretaña y aunque continuaron en las universidades británicas perdieron fuerza en favor de las profesiones vinculadas a los negocios. Por otra parte, recién en 1998 el Parlamento británico prohibió la utilización de “la cane” y de los castigos físicos en todas las escuelas del país. 

Estos recuerdos del pasado vienen a propósito de la implementación en nuestro país de la nueva ley de Responsabilidad Penal para reprimir a los niños de 14 años, la que rige a partir del 8 de junio del año en curso. Me declaro ignorante en materias penales y por tanto sólo intento hablar desde la razón y a partir de mi ética secular. 

Es que esta nueva ley me parece un acto de barbarie, similar a esos discursos de conservadores británicos de hace treinta años. Me molesta que el gobierno de Bachelet haya propuesto esta ley y no me sorprende que el Presidente de la UDI, conservador por antonomasia, haya impulsado con tanto entusiasmo esta legislación, incluso considerando la insuficiencia de lugares apropiados para la retención de los jóvenes infractores. 

Aunque ya es difícil sorprenderse por algo, llama la atención que tantos parlamentarios de la Concertación se hayan dejado llevar por el discurso represor de Hernán Larraín. 

Las golpizas a los niños dejan una cicatriz emocional que dura para toda la vida, provocan inseguridades en la adultez e incluso aberraciones de variada naturaleza. Autoridades de gobierno, parlamentarios y jueces han sabido criticar el mal trato a los niños, se ha legislado sobre el particular y escuchamos de tanto en tanto publicidad que apunta a proteger a los niños de los ataques adultos. Sin embargo, en un rapto de esquizofrenia, las instituciones del Estado han aprobado cárcel y endurecimiento de las penas para estos mismo niños. 

Con la ley de Responsabilidad Penal Juvenil se ha cometido un grave error. Se ha impuesto el garrote por sobre la compasión. Con cárcel y endurecimiento de las penas no se corregirán los malos comportamientos en los niños, sino que se engendrará en ellos mayor violencia. Los niños que delinquen provienen de hogares de extrema pobreza, se encuentran excluídos. Son niños que necesitan cariño y un trabajo serio de las instituciones responsables, con recursos adecuados, para que puedan insertarse en la sociedad. 

El garrote no ayuda. Lo que sirve es la compasión, casas de acogida, monitores deportivos y profesores generosos que amen su trabajo. 

26-06-07

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