La economía mundial se ha visto impactada en las últimas semanas con los sucesivos escándalos financieros de las grandes corporaciones norteamericanas. Los ejecutivos de Enron, Xerox, Tyco, Global Crossing, Worldcom y Merck, han destinado gran parte de su inteligencia a adulterar los estados contables de las empresas con el propósito de mostrar utilidades inexistentes y así inflar el valor de las acciones en Wall Street. Gracias al fraude, ejecutivos enloquecidos de codicia, que nos recuerdan al personaje de American Psyco, se han enriquecido. Todavía no se sabe cuantas otras corporaciones norteamericanas, de dimensiones globales, han sido utilizadas por estos delincuentes, de trajes y corbatas de marca, en favor de su beneficio personal y en desmedro de millones de accionistas de todo el mundo.
El selecto grupo de jóvenes chilenos, formados en las escuelas de posgrado norteamericanas, especializados en macroeconomía o en business administration, están de muerte. No lo pueden creer. Sus profesores en Chicago, Yale o Harvard, les habían enseñado que los mercados tenían vida propia. Estos economistas, con esa soberbia del que lo sabe todo, convirtieron al mercado en un ente viviente. A través de ellos, conocimos en los años noventa un curioso lenguaje: el mercado dice, el mercado se adelantó, el mercado siente, el mercado opina. Los encontramos en diversos ámbitos de actividad: trabajando en el gobierno o en la empresa privada; algunos convertidos en consultores o en lobistas en favor de las grandes empresas, después de haber hecho sus experiencias en el Banco Central o en el gobierno; otros, con pretensiones intelectuales, se encuentran en las universidades, en los institutos de la derecha o han formado centros de estudios transversales.
Entre ellos se entienden bien, independientemente de su ubicación partidaria: aman la cultura norteamericana, se autodefinen liberales y le rinden tributos al mercado. El monstruo que crearon ahora los devora. Se encuentran en todos los partidos políticos. La mayor parte en los partidos de derecha, pero también son abundantes en la democracia cristiana y en el PPD y no son infrecuentes en el Partido Socialista.
Cómo lamentablemente la dependencia cultural ha sido característica de nuestra historia, han debido surgir recientemente Dani Rodrick y Joseph Stiglitz, desde el propio imperio, para recordarnos que los mercados y su comportamiento son limitados para comprender el sistema económico, su crecimiento y especialmente el desarrollo social de los países.
Los economistas Rodrick y Stiglitz sostienen que no se pueden desconocer las tradiciones culturales, la fortaleza de las instituciones y el rol del estado para explicar el comportamiento de las economías. De hecho, el dinamismo que han tenido China, India y Vietnam en la década de los noventa, y desde los cincuenta en adelante los denominados “tigres asiáticos”, no encuentra en los mercados libres su principal explicación sino en los factores antes mencionados.
Entretanto, el “Consenso de Washington”, que impulsó, sin mediaciones, la adoración al mercado, las políticas de privatizaciones, el estado mínimo y la apertura indiscriminada, han conducido a la miseria a casi todos los países de América Latina, con consecuencias sociales y políticas que anuncia graves peligros a nuestros pueblos.
Pero, más importante que los poderosos argumentos de Rodrick y Stiglitz, han sido las realidades dramáticas de las grandes corporaciones norteamericanas en las últimas semanas, las que han colocado en su lugar a los adoradores del mercado. Los arreglos contables en las más importantes empresas del capitalismo norteamericano, están probando que son personas muy concretas, llenas de pasión por la riqueza y el poder, las que manejan a su arbitrio, según sus propios intereses personales, los mercados. Éstos no tienen vida propia, como les habían enseñado a nuestros ingenuos estudiantes en las aulas norteamericanas. Los ejecutivos de las corporaciones y los grupos económicos tanto en los Estados Unidos, en Argentina o en Chile son los que manejan los mercados en favor de sus propios intereses y en contra de los ciudadanos decentes y modestos del mundo entero. Si no se les controla, si no se regulan sus actividades, si no existen instituciones poderosas que vigilen sus operaciones, se comportan como vulgares delincuentes.
Ojalá que esta lección de la vida cotidiana les sea útil y que sirva también para encontrar opciones de política verdaderamente autónomas a nuestros gobiernos.
La delincuencia corporativa se ha traducido en una grave caída de la bolsa en Wall Street, que se acerca a los niveles de la crisis de 1987, pero que ahora, con la globalización financiera, pudiera llegar a provocar una crisis similar a la de los años treinta. Como dice el Wall Street Journal (15-07-02) “... durante la burbuja bursatil, la contabilidad empresarial alcanzó tales excesos y los precios bursátiles se distanciaron tanto de las ganancias reales que podría llevar años librarse de todos esos excesos.”
El clima de desconfianza que se ha creado en torno a la economía de los Estados Unidos ha golpeado por primera vez desde hace dos años el dolar, colocándole a la par con el euro.
El descubrimiento de estos negociados comenzó con Enron y continuó con la debacle de Worldcom. La trampas de Enron fueron facilitadas por “la prestigiosa” consultora en auditorías Arthur Andersen, que se prestó a todas las simulaciones que le indicó Kenneth Lay, principal ejecutivo de Enron y generoso financista de todas las campañas de actual Presidente Bush. Por otra parte, como lo ha señalado la revista The Economist, ningún presidente de los Estados Unidos ha estado tan estrechamente vinculado a las grandes corporaciones.
El VicePresidente Dick Cheney; el Secretario del Tesoro, Paul O´Neil; el Secretario de Defensa, Donald Rumsfeld; y, el Secretario de Comercio, Tom Brown, han sido ejecutivos de primera línea de las más grandes compañías norteamericanas y actualmente deciden los destinos del mundo globalizado.
Esto significa que las políticas energéticas, las acciones militares y las decisiones económicas se encuentran determinadas por las concepciones e intereses de este círculo íntimo de Bush, vinculado estrechamente a las grandes corporaciones, lo cual puede llegar a convertirse en un riesgo insospechado para la comunidad internacional.
Hay que extraer lecciones de lo que hoy sucede en Estados Unidos. La primera es que el país líder del mundo no está libre de la corrupción, manifestándose de forma descarnada en las últimas semanas. En segundo lugar, los mercados sin debidas regulaciones no sólo engendran monopolios y concentran el ingreso en grupos minoritarios sino que además despiertan la codicia desmesurada de ejecutivos hambrientos de poder y de dinero. Finalmente, aquí hay una gran lección para los economistas pronorteamericanos que abundan en nuestro país. La influencia teórica y cultural de las escuelas de economía y negocios en las universidades norteamericanas ha sido un pésima experiencia para nuestra juventud. La asimilación, sin filtros, del capitalismo liberal los convenció de que los mercados obedecen al libre juego de la oferta y la demanda. Sin embargo, todo era una gran mentira.
La realidad ha quedado en evidencia en las últimas semanas: ejecutivos poderosos durante varios años inflaron las utilidades artificialmente de sus empresas, generaron una burbuja accionaria en Wall Street, que ahora explotó provocando efectos negativos en el mundo entero. La verdad era que el movimiento accionario lo manejaban un grupo de ejecutivos inescrupulosos y no las reglas del libre mercado.
El capitalismo de mercado norteamericano, al no tener contrapesos y escasas regulaciones, se ha convertido en un capitalismo delincuencial.
30-07-02
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