Ha sido un año duro para Michelle Bachelet. Los poderosos dirigentes empresariales derramaron lágrimas al término del gobierno de Lagos por los favores concedidos, mientras el actual gobierno no los hace sentirse cómodos. Aunque nada amenaza al neoliberalismo las iniciativas en curso para modificar el sistema previsional no son del gusto del gran capital y tampoco éste se siente a gusto con el freno que se ha colocado a la subcontratación de los trabajadores. Por otra parte, la derecha política, encabezada por Longueira-Lavín, no tuvo inconvenientes en pactar con Lagos cuando el terreno se puso fangoso en el affaire Mop-Gate y, en cambio, el binomio de apellido Larraín le ha negado la sal y el agua a la Presidenta, atacándola en los frentes más diversos. Aunque los dividendos de esta estrategia han sido negativos para la derecha lo que si se ha producido es una acentuación del desgaste del sistema político, con efectos que pueden ser graves para el futuro del país.
En el campo propio, la Presidenta no ha encontrado una palanca de apoyo. Las disputas entre colorines y alvearistas en la Democracia Cristiana han sido cotidianas y muchas veces el gobierno ha debido soportar los costos de ese enfrentamiento fraticida.
Simultáneamente, los hechos de corrupción ligados a las campañas parlamentarias provocaron serias luchas en el PPD. El poco delicado esfuerzo del senador Flores por obtener ventajas políticas colocando a la Presidenta a su favor culminó con su retiro de esa colectividad política, pero tuvo efectos comunicacionales inconvenientes para La Moneda.
Los socialistas habían mantenido una razonable disciplina hasta que el Presidente del PS, Camilo Escalona, lanzó la candidatura presidencial de Insulza a sólo seis meses de instalada Michelle Bachelet. Adicionalmente, la elusión de responsabilidades de los ministros del gobierno anterior y del propio Lagos en los casos de corrupción de Chile-Deportes y en los graves errores de diseño del Transantiago se han convertido en un lastre dificil de sobrellevar para la Presidenta Bachelet.
Al final de cuentas lo que prima es una inédita acentuación de la lucha por el poder en los partidos políticos, revelando el grado extremo al que han llegado los intereses personales por sobre la vocación de servicio público. Ello ha afectado el funcionamiento normal del actual gobierno.
Hay que reconocer que los temas de agenda que colocó el gobierno Bachelet están en el centro de las preocupaciones ciudadanas. La reforma al sistema de pensiones, la universalización de los jardines infantiles y el término al sistema de subcontratacion esclavista son de interés indiscutible para la gran mayoría nacional.
Sin embargo, en algunos casos su implementación oportuna y eficiente no se ha correspondido con la envergadura de las iniciativas y en otros la proyección cumunicacional no ha sido efectiva.
Por otra parte, la idea del gobierno ciudadano era buena, especialmente cuando el agotamiento de los partidos es evidente. Sin embargo, esa idea no se supo materializar, incluso desde la misma campaña electoral. La oportunidad de hacer converger la institucionalidad política con todo ese movimiento ciudadano que clama por intervenir en las decisiones de las políticas públicas parece haberse perdido. El mejor ejemplo ha sido la incapacidad del gobierno para canalizar las potencialidades del lúcido y vigoroso movimiento estudiantil en favor de la democratización de la educación.
Al final de cuentas ha sido un año lleno de dificultades, pero hay que valorar el intento de Michelle Bachelet por trabajar en favor de la mayoría nacional y no de los privilegiados.
07-03-07
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