En semanas recientes, la prensa nacional ha destacado persistentemente un discurso de Eugenio Tironi y Enrique Correa que hace énfasis en la urgencia de concentrar las energías públicas y privadas exclusivamente en el crecimiento económico, dejando de lado la distribución. En coincidencia con la SOFOFA y la Confederación de la Producción y del Comercio, se señala que el escaso dinamismo de la inversión y el empleo radica en la falta de confianza empresarial por las malas señales que estaría entregando el Gobierno con las reformas laborales, la iniciativa sobre evasión tributaria y el freno a las privatizaciones.
Sin embargo, es innegable que en distintas instancias, y culminando recientemente en ENADE, los ministros de Hacienda y Trabajo han sido generosos en su disposición a dialogar con los grandes empresarios y muy flexibles en concertar acuerdos en temas laborales y tributarios. Por tanto, las limitaciones en la inversión y en la demanda por empleo no tienen que ver con las insuficientes señales de confianza en favor del empresariado.
Pareciera que existen, entonces, factores más profundos que explican los obstáculos para la inversión y la creación de empleo. Quizás ha llegado la hora de reconocer que la estrategia de desarrollo de los últimos 25 años se encuentra en dificultades objetivas y ello es lo que inhibe el entusiasmo inversionista y el menor dinamismo por empleo. En realidad, los reclamos sobre la falta de confianza ocultan la preocupación por la diminución de las tasas de ganancias extraordinarias que disfrutaron los exportadores de recursos naturales y los empresarios centrados en actividades de infraestructura (principalmente telecomunicaciones y electricidad). Porque, como señala Graciela Moguillansky, el país se encontraría en la culminación del ciclo expansivo de los negocios fundado en recursos naturales, debido a las siguientes razones:
“ ...a los rendimientos decrecientes del capital en algunas actividades, a la desaparición de los incentivos otorgados por el Estado, a la caída de los precios internacionales, a la aparición de nuevos actores, a la agudización de la competencia en los sectores más rentables.”[1]
Bajo tales condiciones, los grandes empresarios que hegemonizaron las actividades dinámicas en los años ochenta y noventa han optado por las siguientes alternativas. Primero, salir al exterior, invirtiendo en otros países de América Latina, para mejorar así sus ganancias globales. Segundo, vender activos a empresas internacionales, las que pueden disminuir costos y maximizar ganancias en escalas regionales o globales. Tercero, aprovechamiento de la crisis asiática para despedir trabajadores y racionalizar plantas, lo que cierra las puertas a la recontratación de mano de obra a los niveles del primer quinquenio de los años noventa.
En suma, el crecimiento con empleo, que caracterizó a la economía chilena en el período 1984-1997 ya no parece posible en las actividades centradas en recursos naturales. Adicionalmente, los esfuerzos productivos rentables en estas actividades tradicionales requerirán mayores iniciativas de racionalización de plantas y administración y no se basarán en contrataciones masivas de fuerza de trabajo.
Retomar un crecimiento dinámico, con mayores inversiones y generación efectiva de empleo, no se logrará con un esfuerzo desesperado por disminuir la capacidad de negociación sindical o con una actitud contemplativa ante la evasión de los impuestos. Lo que se requiere es una alianza leal entre las energías públicas y privadas, pero no para persistir en las formas tradicionales de producción sino para redefinir nuevas líneas estratégicas de desarrollo nacional. Éstas deberán concentrarse en actividades nuevas, de mayor valor agregado que las existentes y necesitarán, como en el pasado, de instrumentos de fomento y estímulo para impulsar un crecimiento dinámico.
Así sucedió con la minería privada, con la madera, la fruticultura y la pesca. Así deberá ser con las actividades en que se base un nuevo período expansivo de la economía. Por otra parte, el replanteamiento estratégico deberá tener en su centro neurálgico a las micro, pequeñas y medianas empresas, puesto que en ellas radica la fuente más vigorosa de generación de empleo.
Éstas, sólo con apropiadas políticas de crédito y de modernización podrán competir en el mercado local e internacional y, al mismo tiempo, asegurar niveles de empleo que no ofrecen los actuales grupos económicos que articulan a las grandes empresas asociadas a los recursos naturales y al sistema financiero.
21-11-2000
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