domingo, 26 de diciembre de 2010

VERGÜENZA

« Se meterán los pies, pero jamás las manos”.!Cuánto recordamos este principio ético del gobierno de Salvador Allende, ahora que los chilenos estamos llenos de vergüenza con el caso GATE y las coimas! Cuando hablemos de corrupciones con los vecinos de la región ya no podremos mirarlos desde las alturas. Lo que duele a muchos es que sea un gobierno de la Concertación, con un presidente que el mundo identifica con el socialismo, quien haya llenado de oprobio a los chilenos. ¿Será esto lo que buscaba la derecha?. 

La derecha convirtió en intocable la estrategia económica de la desigualdad, amenazando a economistas y políticos de la Concertación con el infierno si modificaban alguno de sus postulados. Ahora, ha finiquitado su tarea haciendo caer a los codiciosos de dinero y de poder en sus propias redes. 

La derecha logró poner en evidencia que el vínculo entre política y negocios no era propio sólo a su naturaleza. Cinco diputados, un ministro y un subsecretario en juicios por corrupción no es retórica. Son poderosos argumentos que le permitirán a la derecha decirle al país: “Concertación nunca más. Socialistas menos. Han manchado al país”. Este es el festín de la derecha. 

La integridad perdida

La superioridad ética de la Concertación fue liquidada por un grupo de aventureros, ansiosos de poder y riquezas. Personas sin valores ni doctrina utilizaron el dinero de la oligarquía y también del Estado para colocar dirigentes en sus partidos, ganar campañas parlamentarias y, de pasada, mejorar su posición económica. En vez de igualdad y crecimiento, el comienzo del siglo XXI nos ha entregado vergüenza 

Parece que nuestro porvenir quedo marcado por el tipo de transición que aceptaron los dirigentes de esta alianza para salir de la dictadura. Las verdaderas desgracias empiezan, como siempre, con una buena noticia: «retornar a la democracia». Pero para ello se obligó a asumir ciertos compromisos, cuyo eje fue aceptar la Constitución del 80. Ello convirtió a Pinochet en un intocable, lo que impidió restaurar la dignidad de miles de familias afectadas por graves crímenes, con responsabilidad política del dictador. 

Esos mismos compromisos, unidos al trasvestismo de los economistas de la Concertación, permitieron anclar profundamente la estrategia económica neoliberal. La oposición a ésta se transformó en una admiración a lo obrado por Buchi y los Chicago boys. Así, se favoreció la construcción de vínculos de personeros del conglomerado triunfante con los grupos económicos que se habían enriquecido con la dictadura. 

Ni siquiera la manifiesta caída de la tasa de crecimiento en años recientes ha alumbrado la inteligencia de los economistas del Gobierno y sus partidos para buscar caminos alternativos a la estrategia de la desigualdad; de hecho, han asumido asumiendo las propuestas empresariales que intentan salvar sus ganancias sobre la base de la disminución impositiva y la flexibilidad laboral. 

También los compromisos contraídos obligaron a mantener un absurdo sistema electoral que sobrevaloró la representación parlamentaria de la derecha.

¿Es que había alternativa a la transición pactada en 1989? 

A los políticos se les recuerda no sólo por lo que hicieron sino también por lo que dejaron de hacer. Es cierto que era difícil seguir soportando el dolor y el oprobio que la dictadura infligía, pero, al mismo tiempo, la situación internacional y el vigor del movimiento social hacia fines de los años ochenta tenían aislado a Pinochet. 

Con una mayor perspectiva estratégica, menores ansias de poder inmediato y potenciando (en vez de frenando) la organización popular era probable que la Concertación no hubiese tenido que enfrentar la camisa de fuerza, que tan alto costo le ha significado a los chilenos durante el periodo democrático. Alto costo político, económico, social y, ahora, ético. 

Aceptada la transición, las fuerzas antidictatoriales podían haber continuado la lucha por la construcción de un proyecto propio. Pero sus dirigentes perdieron la inteligencia, se marearon con la altura y se embarcaron en el cambalache. Asumieron el pensamiento único, sin mediaciones; se entregaron a la prensa oligárquica, impidiendo deliberadamente el surgimiento de alternativas independientes; profundizaron la estrategia económica neoliberal, sin recato; y, fueron débiles en la lucha por modificar el sistema electoral anti-democrático.

Bajo las condiciones descritas, el desmoronamiento moral era inevitable. Las coincidencias estratégicas y los afectos aparentes que les brindaba la oligarquía conducían a reproducir ese vínculo entre política y negocios que ha caracterizado la práctica de la derecha. 

Los aventureros vieron la oportunidad de fortalecer su poder en los partidos de Gobierno utilizando sus contactos privilegiados con el mundo de los negocios. Se debilitó, entonces, la lucha en favor del financiamiento público de las campañas, fortaleciéndose los poderes fácticos de aquellos que controlan el acceso al dinero en los partidos. Éstos se quedaron con la facultad real para imponer a los dirigentes y nominar candidatos a parlamentarios. El resto ya se conoce. 

La juventud y la gente decente han renunciado a la política y esperan una mejor causa por la cual luchar. Sin embargo, no podremos renunciar a experimentar la vergüenza de convivir con la corrupción.

09-02-03

No hay comentarios:

Publicar un comentario