martes, 7 de diciembre de 2010

Cuando ya nada se espera…

Los chilenos seguimos acumulando vergüenza. Al MOP-Gate, las coimas e Inverlink se han agregado ahora Chile-Deportes, facturas falsas y recursos de los cesantes para financiar a políticos inescrupulosos. Este es el mundo de los operadores y “la picantería”, según Shaulsohn. Es cierto. Pero no se puede olvidar la otra picantería, la “corrupción elegante”, que también ha sido característica de estos últimos años. Me refiero a ese vínculo entre la política y los grandes negocios, no cuestionado por el duopolio de las comunicaciones. Se trata de la cooptación que han hecho empresas transnacionales y grandes capitalistas criollos para conseguir influir en las decisiones de la política pública mediante el lobismo, colocando en sus directorios a ex ministros, subsecretarios y superintendentes de instituciones reguladoras. Después de cumplir importantes funciones de poder público varios políticos de la Concertación cayeron en la tentación del dinero y aceptaron servir a sus nuevos patrones del sector privado. 

Así las cosas, mientras el látigo de la derecha golpea a esos operadores que caracterizan a la política actual, mantiene riguroso silencio sobre ese creciente grupo de lobistas que han emigrado de los gobiernos de Aylwin, Frei y Lagos a las grandes empresas, beneficiándolas con sus gestiones y amigos en el sector público 

Parece que nuestro porvenir quedo marcado por el tipo de transición que aceptó la Concertación para sacarse a la dictadura de encima. Se obligó a complejos compromisos, que incluyeron la Constitución del 80. Esos compromisos, unidos al trasvestismo de los economistas de la Concertación, anclaron la estrategia económica neoliberal. La oposición a ésta se transformó en admiración a lo obrado por Buchi y los Chicago boys. Así, primero con reticencias y luego con entusiasmo, se construyeron estrechos vínculos de personeros del conglomerado triunfante con los grupos económicos que se habían enriquecido con la dictadura. 

Ni siquiera la caída de la tasa de crecimiento en el periodo 1998-2002 o un desempleo de características estructurales han alumbrado la inteligencia de los economistas del Gobierno y de sus partidos para buscar caminos alternativos a la estrategia de la desigualdad. Los compromisos contraídos también obligaron a mantener un absurdo sistema electoral que sobrevaloró la representación parlamentaria de la derecha . 

Los dirigentes de la Concertación se marearon con la altura y se embarcaron en el cambalache. Asumieron el pensamiento único; se entregaron al duopolio de las comunicaciones, impidiendo el surgimiento de alternativas independientes; profundizaron la estrategia económica neoliberal; y, fueron débiles en la lucha por modificar el sistema electoral anti-democrático. 

Bajo las condiciones descritas el desmoronamiento moral era inevitable. Las coincidencias estratégicas y los afectos aparentes que les brindaba la oligarquía conducían a reproducir ese vínculo entre política y negocios que ha caracterizado la práctica de la derecha. Al mismo tiempo, largos años en el poder y sin una ideología sólida inspiradora han conducido a un manejo indebido de los recursos del Estado. Bajo tales condiciones se debilitó la lucha en favor del financiamiento público de las campañas y los barones que controlan el acceso al dinero en los partidos vieron fortalecido su poder. 

La plata manda. Y los barones se quedaron con la facultad real para imponer a los dirigentes y nominar candidatos a parlamentarios. El resto ya se conoce. Cuando ya nada se espera, la juventud y la gente decente han renunciado a la política y esperan una mejor causa por la cual luchar. Sin embargo, no podremos renunciar a experimentar la vergüenza de convivir con la corrupción. 

22-11-06

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