Hace treinta años se frustró nuestro sueño. El proyecto de crear una nueva sociedad en que todos los chilenos pudiesen satisfacer sus necesidades materiales y espirituales, asegurando a cada familia, hombre, mujer, joven y niño los mismos derechos, seguridades y libertades. El 11 de septiembre de 1973 se clausuró un ciclo de largas décadas de lucha y auge del movimiento popular en que la clase obrera, los campesinos, los intelectuales y la gente humilde de nuestro país fueron derrotados.
Queríamos una nueva sociedad en que imperara el pluralismo, las libertades individuales, los mismos derechos para todos y en la que los trabajadores participaran en las decisiones del país. Eso es lo que deseaban los chilenos que votamos por Salvador Allende y gran parte de los que votaron por Radomiro Tomic. Ni Allende ni la abrumadora mayoría de sus partidarios queríamos un partido único, una prensa uniforme, ni un estado totalitario. Por el contrario, anhelábamos que florecieran mil flores, que las opiniones fuesen variadas, que se abrieran las oportunidades para los jóvenes, las mujeres y para todos aquellos que por décadas habían sido explotados y reprimidos por un sistema injusto.
Nos fue mal. Es cierto. Los errores propios y la resistencia de los dominadores, nacionales y extranjeros, impidieron que se materializaran nuestros anhelos. Pero, la experiencia de los tres años de la Unidad Popular y haber tenido un Presidente como Salvador Allende han quedado en la memoria colectiva y esto no será jamás erradicado de la historia. Nuestros hijos y nietos sabrán que hubo una vez un hombre que llenó de dignidad a Chile y a los chilenos, que nos engrandeció y que con su valentía de no renunciar frente al poder de las armas nos llenó de orgullo.
Los asesinatos, el exilio, la represión y el surgimiento del neoliberalismo jamás podrán borrar de nuestra memoria que los obreros, los humildes, los jóvenes y las mujeres de Chile pudieron durante tres años expresarse con plenitud y hablar de igual a igual con los dueños del capital, con los representantes de las multinacionales, con los que por siglos habían usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país.
No fue casualidad, entonces, el aislamiento internacional de Pinochet, el apoyo generoso a la causa democrática chilena y la valoración de la figura de Salvador Allende. No sólo los pobres de nuestro país sino los demócratas del mundo entero reconocieron en Allende al líder que se propuso transformar a la sociedad chilena por medios pacíficos y con respeto a las libertades públicas. El pequeño país que en el extremo del mundo quería construir una sociedad más igualitaria fue conocido en los lugares más recónditos de la tierra, gracias a la consecuencia, dignidad y valentía de un verdadero demócrata y revolucionario.
Hoy podemos decir que mucho ha cambiado pero persisten los fundamentos que dieron origen al gobierno de Salvador Allende. El mundo es redondo. Todo lo que deseó el pueblo chileno, las transformaciones en favor de la igualdad, la libertad y la fraternidad que caracterizaron el gobierno de Allende se han visto frustradas. Es verdad que el mundo de hoy es distinto al de hace treinta años atrás. El vertiginoso avance de la ciencia y la tecnología y las nuevas formas que ha adoptado la globalización nos muestran un mundo muy distinto al de ayer, con un crecimiento material que ha aumentado varias veces en el mundo y en Chile.
Sin embargo, no hay diferencias a las de treinta años atrás en la concentración de la riqueza, las desigualdades y la hegemonía del pensamiento de los poderosos a nivel nacional e internacional. Se podría decir incluso que la aguda competencia a que obliga la globalización ha colocado a los trabajadores chilenos en posiciones mucho más desventajosas que en el pasado; la distribución del ingreso se ha hecho aún más regresiva; las universidades han terminado con el pluralismo y los políticos se confunden con el mundo de los negocios. La concentración del capital productivo y financiero se ha profundizado con la formación de tres a cuatro grupos económicos, los que han monopolizado la economía y el pensamiento; y, la influencia económica, política, cultural e ideológica de los Estados Unidos se ha fortalecido en un nuevo mundo unipolar.
Los que tuvimos la fortuna de conocer los esfuerzos de Salvador Allende por transformar la sociedad probablemente comprendemos más que las nuevas generaciones la tragedia que significó su derrocamiento. Mucho se podrá discutir en torno a los errores del gobierno de la Unidad Popular. Pero, lo indiscutible es que ese gobierno estuvo siempre del lado de los trabajadores y nunca se apartó de la honradez. Los intereses internacionales y nacionales no aceptaron retroceder en el control absoluto del poder, comprometiendo a los militares en la sucia tarea de restaurar la injusticia.
Pero, la tragedia no han sido sólo los asesinatos, la tortura y el exilio. La mayor de las tragedias ha sido que la misma generación que luchó y conoció el proceso de transformaciones en favor de los humildes, ha debido ahora administrar el modelo neoliberal que instauró la oligarquía con el apoyo de los militares.
27-08-03
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