Vittorio Corbo fue nombrado autoridad máxima del Banco Central en mayo del 2003 por el Presidente Ricardo Lagos. Para defender su discutible decisión de colocar un hombre de derecha a la cabeza de la autoridad emisora sostuvo que era el “mejor de los economistas”, anulando nuevamente la oportunidad tantas veces negada a Ricardo French-Davis. Los grandes empresarios y los dirigentes de la Alianza se mostraron complacidos al comprobar una vez más que la Concertación perseveraba en la misma política económica de Buchi y los Chicago boys. Sin embargo, el “mejor de los economistas” no dio los frutos esperados. La inflación, caballito de batalla de los monetaristas que inventaron la independencia del Banco Central, inició su ritmo ascendente precisamente con Corbo. Por otra parte, el dólar perdió aceleradamente su valor en relación al peso y, sin embargo, ni siquiera ello ayudó al propósito antiinflacionario. Así las cosas, se ha generado incertidumbre inversionista, con una manifiesta caída de la actividad económica.
A fines del 2007, con el término del mandato de Corbo, los que vivimos en la ingenuidad política esperábamos que algún economista, desapegado de los textos monetaristas y con espíritu pragmático encabezara el Banco Central, compensando en alguna medida esa política fiscal conservadora que ha caracterizado al Ministerio de Hacienda. Un amigo me dijo que no fuera iluso ya que entre Corbo y De Gregorio (que se veía venir) era mejor quedarse con el menos malo. Y parece que mi amigo tenía razón. Porque a partir del momento que De Gregorio asume el mando del Central todos los desaciertos que se iniciaron con Corbo se han acentuado. La inflación no cesa, el dólar disminuye en caída libre, las proyecciones de la actividad económica siguen a la baja. Y, mientras el dólar se hunde, y junto a él las iniciativas exportadoras, el presidente del Banco Central, con sus cuatro escuderos, miembros del directorio, no hacen nada. Han optado por el apotegma “quien nada hace nada teme”. O quizás no se atrevan a renunciar a las lecciones del FMI que les recuerda día y noche que las leyes de la oferta y demanda son sagradas y que ninguna autoridad puede violarlas. No les importa, sin embargo, que la demanda por pesos esté determinada por una ofensiva especuladora sin tregua y que franjas importantes de empresarios renuncien a la inversión, a la actividad productiva y consecuentemente a la generación de empleo. Tampoco les importa que los beneficiados de la baja cambiaria sean los bancos y grandes empresas locales que se han endeudado en dólares en Wall Street, lo que les ha significado ganancias inesperadas gracias al diferencial peso-dólar, lo que ha estimulado la concentración económica y las desigualdades en el país.
Con el valor del dólar tendiendo a $400 sólo resistirán las actividades productivas que producen materias primas tradicionales como el cobre, molibdeno y la celulosa, cuyos precios en el mercado internacional son actualmente elevadísimos. Esto significa dos cosas. Por una parte, que la economía chilena disminuirá su actividad económica, acentuando el énfasis productivo en los recursos naturales, con los consabidos efectos en el empleo e impactos medioambientales negativos. Por otra parte, ese largo trabajo de inserción internacional de Chile, muy especialmente a través de las negociaciones bilaterales, habrá perdido todo sentido. En efecto, las ganancias de acceso a los mercados en más de sesenta países y diecinueve acuerdos comerciales, se verán anuladas como consecuencia de la pérdida de rentabilidad que ha provocado la caída del precio del dólar.
La ortodoxia de la política fiscal y monetaria está cerrando las puertas al progreso económico de nuestro país, a su diversificación productiva, al mejoramiento del empleo y a la protección de los recursos naturales. En materia fiscal la autorrestricción impuesta a la política fiscal con el superávit estructural que inventó Eyzaguirre y que continuó Velasco ha fijado límites estrictos al gasto, bloqueando oportunidades a favor de la inversión, innovación y el desarrollo social. Por otra parte, las autoridades del Banco Central han decidido renunciar a cualquier política activa que neutralice la caída del precio del dólar.
Es cierto que nuestros país tiene más dificultades que otros para actuar sobre el tipo de cambio como consecuencia de las autolimitaciones impuestas, pero ello no significa que los cuatro directores del Banco Central y su presidente deban seguir siendo pagados generosamente por la ciudadanía para observar como se comporta el mercado y dejen actuar a sus anchas a los especuladores. En realidad, más importante que las autolimitaciones lo que impide cambiar el curso negativo del tipo de cambio es la perseverancia de la ideología neoliberal que domina a los directivos del Banco Central.
Si las autoridades de Hacienda y el Banco Central no saben que hacer en condiciones de una economía abierta entonces no nos vengan con el cuento, que suele esgrimir de tanto en tanto Velasco, que “estamos blindados” frente a los avatares de la economía mundial y de la crisis norteamericana. Porque aquí no hay blindaje alguno cuando el dólar se viene abajo e ingresan los capitales golondrina para beneficiarse de una alta tasa de interés en comparación a la vigente en los EE.UU. Y tampoco hay blindaje alguno cuando la inflación se acelera, la inversión se frena y la actividad productiva se reduce. Si hubiese blindaje tendríamos cifras macroeconómicas con señales positivas y no negativas. Para blindar la economía frente a los avatares internacionales no basta con acumular una gran cantidad de reservas en banco extranjeros sino se requiere una política económica activa que intervenga a favor de la inversión, el crecimiento y el empleo cuando el mercado es atacado por una masiva actividad especuladora.
20-03-08
No hay comentarios:
Publicar un comentario