sábado, 11 de diciembre de 2010

Yo no fui

El ex Ministro Secretario General de Gobierno, Francisco Vidal, en su presentación a la Comisión Investigadora de la Cámara dijo que Chile-Deportes no dependía de él, que era una institución estrictamente autónoma, que su directora de mandaba sola. Vidal hizo lo mismo que hacía en el colegio para que no lo castigaran. En vez de cuestionar, explicar y aclarar el desvío de recursos públicos para campañas políticas optó por eludir su responsabilidad, le echo la culpa a los demás y, en los hechos, apuntó el dedo contra dos mujeres, Macarena Carvallo y Catalina Depassier, las últimas directoras de Chile-Deportes. 

No fue valiente ni caballeroso. Esta es una prueba adicional que la decencia ya no existe en política y el sálvese quien pueda crece en la misma medida que los intereses personales predominan sobre el bien común. Es precisamente por esta forma de actuar que los jóvenes han renunciado a la política. 

El tipo de comportamiento que ha tenido Vidal en la Cámara de Diputados es lo que trae como consecuencia que más de dos millones de ciudadanos renuncien a sufragar en las elecciones. 

El caso de Chile-Deportes y la renuncia de Vidal a su responsabilidad, junto al creciente tránsito de ex autoridades del gobierno de Lagos hacia los directorios de las empresas de los grupos económicos constituyen pruebas manifiestas que los dirigentes de la Concertación se han distanciado de la ética pública que nos legaran Portales, Recabarren, Aguirre Cerda, Jorge Alessandri, Frei Montalva y Allende. 

Esa superioridad moral de la Concertación que le permitió doblegar a la derecha y acceder al gobierno se ha perdido. Ahora, la coalición gobernante deberá dar pruebas adicionales de voluntad política para evitar que la corrupción avance en Chile. No se puede seguir postergando la acción de legislar para evitar el maridaje entre la política y los negocios privados como también habrá que garantizar mediante leyes más rigurosas una completa transparencia en la utilización de los recursos públicos. 

Pero, por ahora, mientras no exista las leyes correspondientes lo que manda es la ética, el autoexamen de lo que hacemos todos los días en la actividad pública y privada. Tarea de los partidos políticos y del gobierno. 

Para ello viene al caso la anécdota que cuenta Ernesto Sábato en su libro La Resistencia. Hace muchos años, un hombre se desvaneció de hambre en las calles de Buenos Aires y cuando lo socorrieron le preguntaron cómo no había comprado algo de comer con el dinero que llevaba en su bolsillo. El hombre respondió: eso era imposible, pues el dinero pertenecía al sindicato. 

Ese mismo hombre también existía hace algunas décadas en Chile, cuando la política era un servicio público y no una profesión para atender intereses personales. 

Ese mismo hombre estaba presente en Chile cuando no existían vasos comunicantes entre la actividad pública y la empresa privada. 

Ese hombre también existía en Chile cuando los dirigentes no eludía sus responsabilidades políticas. 

24-01-07

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