domingo, 12 de diciembre de 2010

El aislamiento de Chile

Al término del régimen militar, y durante los dos primeros años de gobierno de la Concertación, nuestro país salió de su aislamiento y recuperó tradicionales vínculos con los vecinos. Pero muy rápidamente adoptó la decisión de priorizar relaciones con el norte desarrollado y promover negocios con la potente economía asiática. Chile inició así un nuevo camino, no exento de controversias, que lo ha colocado al margen de América Latina. 

Hoy día, con el gobierno de Piñera se profundizará el aislamiento de nuestro país en su entorno regional, habida cuenta del desconocimiento de la derecha sobre asuntos internacionales y de sus marcadas diferencias ideológicas con los socios vecinales. Prueba de ello es la comedia de equivocaciones que significó la instalación del embajador Otero en Buenos Aires. Y, ahora, con el reciente encuentro entre los presidentes de Ecuador y Perú, se presenta un complejo desafío que cuestiona el conjunto de la política exterior chilena. 

El Presidente Correa, en su reciente visita a Lima, recibió atenciones especiales, honores nunca ofrecidos antes a un presidente ecuatoriano. Allí quedó sellada la nueva relación de estrecha hermandad entre vecinos, que se habían distanciado por décadas a consecuencia del conflicto militar de comienzos de los años cuarenta. 

Tan amistosa fue la visita que el Presidente peruano valoró la revolución ciudadana del Presidente Correa, mientras éste anunció que sus embajadas representarán a Perú allí dónde no exista representación de Alan García. Bueno para ambos países, pero preocupante para Chile, cuyos límites marítimos han sido cuestionados por Perú en la Corte Internacional de la Haya. 

Chile siempre dio por garantizado que las tradicionales relaciones militares, políticas y culturales e incluso familiares bastaban para asegurar fluidos vínculos con Ecuador. No se consideraba necesario esfuerzos adicionales, habida cuenta de las tensiones permanentes entre Perú y Ecuador. Esa visión resultó equivocada. Por una parte, no se tuvo la suficiente lucidez para entender que con el Presidente Correa se inauguraba una nueva concepción económica y política, muy distinta a la de nuestro país; y, por otra parte, el gobierno chileno nunca implementó un programa efectivo de apoyo y colaboración sistemático para favorecer la frágil economía ecuatoriana.

Mientras Correa se instala en el gobierno en una línea de resistencia al neoliberalismo y a la política norteamericana en la región, Chile se percibe como el paradigma del Consenso de Washington y el promotor del libre comercio en el hemisferio sur. No sólo ahora, con el gobierno de Piñera, sino desde antes estas diferencias han resultado incómodas y se manifiestan en foros regionales y reuniones bilaterales. 

A la política exterior chilena siempre le ha faltado delicadeza para reconocer y aceptar la diversidad en Sudamérica. Su distanciamiento de la CAF y el rechazo al banco del Sur han sido expresiones evidentes del compromiso de Chile con las políticas del norte y de su molestia con las iniciativas integracionistas sudamericanas. 

Por otra parte, nuestro país ha actuado retóricamente frente las urgencias económicas de Ecuador. Muchas declaraciones y programas que jamás se expresaron en acciones efectivas y contundentes. Nula generosidad del país económicamente “más exitoso” de la región ante uno de los más pobres, y aliado estratégico. Baste comparar lo que ha hecho Perú, después de sellada la paz con Ecuador. 

Un plan de cooperación de cientos de millones de dólares en diversos ámbitos que, además, utiliza el compromiso y buena voluntad de países de Europa y organismos internacionales. La inteligencia del gobierno peruano contrasta con la torpeza de la Cancillería chilena. 

Los errores de la política exterior chilena con su aliado histórico también se han presentado en el MERCOSUR. En efecto, cuando a fines del 2000 el Presidente Lagos optó por iniciar negociaciones para un TLC con los Estados Unidos, renunciando a iniciativas en curso con el bloque subregional el impacto político fue muy severo. 

Incluso renunció a la delicadeza diplomática de informar oportunamente a Itamaraty, y al resto de las cancillerías del MERCOSUR, con costos que aún pesan sobre la cancillería chilena. La trascendencia de esa decisión obligaba a un riguroso trabajo diplomático que lamentablemente se eludió. 

Las relaciones con Argentina, que tuvieron su mejor momento cuando Carlos Figueroa fue el embajador en Buenos Aires, marcharon posteriormente por un camino pedregoso. El gobierno argentino resintió, sin duda, el insuficiente apoyo financiero chileno frente a la crisis económica de comienzos del 2000. Adicionalmente, los cuestionamientos velados o explícitos frente a la política económica heterodoxa de los Kirchner alcanzaron niveles políticos con la instalación del Canciller Ignacio Walker, quien se vio obligado a ofrecer confusas explicaciones sobre su visión del peronismo como una variante del fascismo. 

La soberbia e ignorancia de la clase política chilena alcanzó el paroxismo con el nombramiento de Miguel Otero como embajador de Piñera en Buenos Aires, cuyas declaraciones de defensa de Pinochet, ofendieron profundamente a la sociedad argentina y llenaron de verguenza a los chilenos decentes. 

Finalmente, las relaciones entre Chile con Bolivia han estado plagadas de largas conversaciones y palabras de buena voluntad, aceptadas con generosidad por Evo Morales. Sin embargo, el Presidente de Bolivia no tiene la misma empatía por Piñera que la mostrada hacia Michelle Bachelet. 

Es probable que la dilatada hora de la verdad, que dice relación con la salida al mar, aparezca ahora en la agenda inmediata, lo que agregará tensiones adicionales a las relaciones vecinales. 

En suma, los tiempos son difíciles para la política exterior de Chile. Errores propios y no comportamientos ajenos son los responsables del aislamiento de nuestro país en la región. Más aún, me atrevo a decir, que en la presentación de la controversia peruana en la Haya, existe parte de responsabilidad propia. 

En efecto, la inexistencia de una política de desarrollo efectivo para el extremo norte de Chile, es culpable de la creciente pobreza de Arica, de la inexistencia de fuentes de trabajo, de la disminución de su población y de la desesperanza de los ariqueños. Ello contrata con el potente progreso y poblamiento de las zonas limítrofes del Perú, en especial de la ciudad de Tacna. 

Cuando no hay visión estratégica sobre las zonas limítrofes y la economía se fundamenta estrictamente en criterios de mercado, dejando de lado la responsabilidad inversionista y social del Estado, la seguridad nacional es la que termina debilitándose. 

16-06-10

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