El 19 de Abril se celebra un año más de existencia del Partido Socialista y el 23 de este mismo mes se realizarán las elecciones para determinar las autoridades que lo dirigirán en los próximos dos años. Estas fechas tienen especial importancia en momentos que una mujer socialista se encuentra a la cabeza de la Presidencia de nuestro país y las dos principales listas que se enfrentan en las próximas elecciones han concentrado sus discusiones en torno al carácter de su apoyo a la Presidenta Bachelet.
Camilo Escalona ha perseverado en la misma línea que se le conociera durante el Gobierno de Lagos: el PS debe ser incondicional al gobierno; vale decir, sea cual sea la decisión que adopte éste en los asuntos del país el PS estará disciplinadamente apoyándolo.
A su turno, Isabel Allende ha señalado también su completa lealtad a Michelle Bachelet, pero ha establecido el matiz de que “lealtad no es incondicionalidad”. Sin embargo, si ese matiz no se hizo evidente durante el gobierno de Lagos, cuando apoyó lo bueno y lo malo de éste, no habría razón alguna para que con Michelle fuese diferente.
La discusión entre los candidatos a la dirección del PS es equivocada. No apunta a lo principal.
Un partido político no puede agotar su estrategia en la relación que establece con el gobierno, aunque forme parte de él. Los gobiernos pasan y los partidos permanecen y éstos se debilitan cuando se alejan de la ciudadanía, cuando dejan de representar los intereses de los sectores sociales que los convirtieron en las vanguardias de sus luchas y cuando sus dirigentes no reflejan el sentir de la militancia.
La experiencia es demasiado evidente en casi todos los países de Sudamérica. También lo es en el caso del Partido Socialista. Éste no ha podido remontar el 11% de fuerza electoral, a pesar que ha estado en el gobierno durante los 16 años de democracia.
En cambio, desde su nacimiento en 1933 y hasta el gobierno de Salvador Allende, el PS fue capaz de construir una poderosa fuerza que llegó a representar un 25% de la ciudadanía. Ello fue posible gracias a un trabajo consecuente en favor de los obreros, campesinos, capas medias y jóvenes.
El apoyo del PS a las luchas reivindicativas de estos sectores sociales y el claro horizonte ideológico y político que apuntaba a la conquista de un gobierno popular es lo que le permitió aumentar su fuerza electoral así como generar una clara identificación entre la militancia y sus dirigentes.
Los tiempos han cambiado, es cierto. Por una parte, la estructura social de nuestro país es distinta a la del periodo de la industrialización; en segundo lugar, los dolores del golpe militar han generado miedos que aún persisten; y, en tercer lugar, las experiencias socialistas en otros territorios mostraron su más rotundo fracaso, provocando confusión e incertidumbre ideológica.
Pero, estos cambios no significan que el socialismo del siglo XXI deba renunciar a la representación de los débiles y a su lucha en favor de la igualdad.
La nueva realidad le coloca al socialismo nuevos desafíos, sin duda.
Por cierto, en el centro de la actividad política socialista debe persistir el compromiso con los trabajadores, con sus reivindicaciones y el fortalecimiento de sus organizaciones; pero, también, la política socialista debe apoyar hoy día a los pequeños empresarios, que se ven expoliados por los créditos usureros de la banca; e, igualmente, los socialistas debieran encontrarse en las mismas luchas con los medio ambientalistas, por los derechos de los consumidores, a favor del ordenamiento de las ciudades, por los derechos de los niños y jóvenes a una educación de calidad, y junto a los indígenas por la recuperación de sus tierras.
Sin embargo, nada de esto ha estado en la práctica del Partido Socialista en el periodo democrático, aunque todo ello se destaque en encendidos discursos en los congresos e incluso también en compromisos programáticos.
Hay un gran vacío entre lo que se dice y lo que se hace en el Partido Socialista.
En realidad, toda la actividad de las direcciones partidarias en estos 16 años de democracia se ha centrado exclusivamente en torno a lo que hacen los gobiernos de la Concertación y a la ocupación de posiciones en el Parlamento. Ello explica esta argumentación monocorde sobre la lealtad del Partido Socialista con Lagos y ahora con Bachelet, antes que la afirmación de su compromiso histórico con los postergados.
Así las cosas, independientemente del sector que triunfe en las próximas elecciones, es altamente probable que el Partido Socialista continué desvinculado de la ciudadanía y sin opinión sobre los asuntos del país.
Consecuentemente, no está muy lejano el momento en que la fuerza electoral de los socialistas pase a ser de sólo un dígito.
Para modificar este destino inevitable habría que realizar una cirugía mayor en el socialismo chileno.
19-04-06
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