Katrin Saas, la protagonista de “Good Bye Lenin”, había dedicado sus mayores energías a promover la ideología del Partido Comunista en la República Democrática Alemana (RDA). En el año 1989, pocos meses antes de la caída del muro de Berlin, la mujer sufre un severo ataque al corazón que la deja en un coma profundo. Al cabo de ocho meses, despierta en una país reunificado, colapsada la RDA y con la restauración capitalista en pleno desarrollo.
La imaginación y esfuerzos que despliega su hijo Alex, para evitar que su madre se de cuenta del cambio radical que ha experimentado el mundo en que ella vivió constituye un profundo gesto de amor. Es también un acto de respeto a la visión del mundo de Katrin, que su hijo no compartía.
Alex construye un verdadero escenario teatral para impedir el sufrimiento de su madre. En esta tarea recibe el entusiasta apoyo de un compañero de trabajo y de los viejos camaradas de Katrin. Esto últimos, se aferran de manera trágica al viejo sistema ya muerto actuando en ese mundo imaginario construido por Alex como si fuera la realidad misma.
La película es dura y divertida. En ella conviven el drama y la comedia. Hay que verla, porque nos habla de amor y amistad y eso nos da esperanza en los seres humanos. Hay que verla, porque nos anima el espíritu frente a las películas de violencia y artificio que provienen de Hollywood.
"Good Bye, Lenin" nos entrega además una interesante reflexión sobre las vivencias en el “socialismo real” y en el capitalismo.
El director de la película, Wolfgang Becker, ironiza tanto sobre la falta de libertades y la ineficiencia burocrática del viejo régimen comunista como sobre los nuevos valores que impone la restauración capitalista: la falta de solidaridad, el desenfreno consumista y la preponderancia del dinero.
El “socialismo real” impuso a la sociedad civil de los países del este europeo una casta dominante que se reproducía hasta la ancianidad gracias a un régimen político y a una ideología de Estado que no aceptaba alternativas. Ello condujo, en definitiva, a que los ineptos y obsecuentes asumieran el liderazgo, terminando en una debacle de proporciones gigantescas.
En el Chile de hoy también se ha impuesto una ideología dominante, pero no como política de Estado sino como imposición del mundo empresarial y de sus economistas. Dos grupos económicos controlan la prensa escrita y rechazan cualquier punto de vista que se aleje del pensamiento único, mientras que los canales de televisión se debaten entre la farándula y el aburrimiento, que generalmente son sinónimos.
La información unilateral que caracteriza a nuestro país no está tan distante de la camisa de fuerza y falta de pluralismo que vivieron las dictaduras del este europeo.
Si a ello se agrega un sistema electoral que estrecha las opciones ciudadanas y favorece que los liderazgos se decidan en las cúpulas políticas, el inevitable destino de la gente común es la desperanza y la despolitización, fenómeno muy similar al que se experimentó en los “socialismo reales” y que culminó con su fracaso.
“Good Bye Lenin” nos hace pensar en la amistad y el amor filial, pero también nos lleva a reflexionar sobre la sociedad que estamos construyendo, en que el consumismo va de la mano con la desesperanza, la solidaridad se ve aplastada por el dinero, la restricción a la libertad información se oculta bajo la hipocresía y la representación ciudadanía se encuentra aplastada por las cúpulas partidarias.
19-10-04
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