Soy invisible. He tomado conciencia de que sufro la enfermedad de Garabombo, el personaje de la novela de Manuel Scorza. Garabombo era invisible porque el poder político y el poder económico no lo veían. “No lo veían porque no lo querían ver. Era invisible como invisibles eran todos los reclamos, los abusos y las quejas”. Me sucede lo mismo. Sufro su misma enfermedad. No me ven, porque critico y en nuestra sociedad el establishment no acepta a los críticos. Los declara inexistentes.
Hace algunos meses atrás el ex Presidente Lagos decidió que yo no participara en el acto oficial de entrega de la medalla Bernardo O’ Higgins a favor de mi amigo Marco Aurelio García, a pesar de la solicitud expresa de éste. Lagos no quiso verme. Las razones, supongo, dicen relación con las críticas que hice a su gobierno. Por otra parte, muy recientemente, el ex Presidente Frei Ruiz Tagle, convocó a quienes fueron sus ministros a un almuerzo de camaradería. No fui invitado. Frei no quiso verme. Según me han dicho ello no se debió al olvido, sino a la molestia que provocó mi renuncia al Ministerio de Planificación en su momento. Ellos están en su derecho y yo en el mío. Y mi derecho amerita también un comentario.
Es bien difícil criticar en nuestro país, especialmente a los poderosos, sean estos políticos o empresarios. Es malo que así sea ya que la crítica educa a la juventud, ayuda a que los países avancen, favorece a la democracia y así la sociedad civil aumenta su participación en los asuntos públicos. Por ello no he transado mi derecho a discrepar y me he embarcado en el camino de la crítica, convencido que ayudaré a que nuestro país progrese. Por eso mismo es que cuestioné la torpe discusión que se dio en el Partido Socialista, a propósitos de las últimas elecciones. Eso de centrar la controversia en torno a quien es más incondicional al gobierno de Michelle resulta un absurdo, cuando lo que debe definir a un partido progresista son los problemas del país y sus compromisos con los postergados, los que todavía esperan ser representados como corresponde.
Hanna Arendt, nos explicó en su magnífico libro, “Eichmann en Jerusalen: la banalidad del mal”, que sólo la reflexión, el cuestionamiento y la crítica pueden ayudarnos a discriminar entre el bien y el mal. Si no criticamos, no pensamos y si no pensamos podemos llegar a convertirnos en un engranaje más de la máquina burocrática, lo que nos puede conducir a cometer terribles injusticias.
¡Es que recibía órdenes!
¡Es que era mi trabajo!
El caso de Eichmann. No era un monstruo y asesinó a 6 millones de seres humanos. Por ello, he alcanzado la certeza de que hay que desconfiar de los poderes, de los fácticos y de los formales. Y hay que criticarlos, aunque se enojen y a costa que nos repriman. No sólo en Chile, sino en cualquier país del mundo y bajo cualquier signo político que los controle.
Seguiré siendo, entonces, invisible como Garabombo. Los dirigentes políticos no me ven. Pero, al mismo tiempo, ello es una ventaja. Porque quizás podré resolver la paradoja que significa seguir acumulando un inmenso superávit fiscal mientras las desigualdades se acrecientan. Quizás podré encontrar una explicación para el enigma de que los hospitales y las escuelas públicas no cuentan con equipamientos mínimos para servir a los más necesitados mientras todavía discutimos que hacer con la plata que nos sobra. También podré pensar y encontrar una explicación para esas demandas estudiantiles, de aquellos jóvenes que no pueden pagar la PSU ni menos sus estudios en las universidades.
Intentaré explicarme el porqué nuestros indígenas son mejor protegidos por el escritor Saramago antes que por nosotros mismos. Y, como soy invisible, podré decirle a mi gobierno que resulta imprescindible promover la pluralidad de la prensa para que no nos siga aplastando con el pensamiento de los poderosos y para tener más posibilidades de pensar y protestar. Y le diré que para hacerlo basta que la publicidad gubernamental no discrimine a la prensa independiente.
Soy invisible, igual que Garabombo, y me alegro de ello.
17-05-06
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