En la ENADE 2010, encuentro anual ineludible para economistas del establishment, empresarios y autoridades de gobierno, el ministro de Hacienda Felipe Larraín señaló que el país se encontraba en un “círculo virtuoso” de crecimiento, creación de empleo y baja inflación; y, en tales condiciones, las perspectivas de alcanzar el desarrollo para el 2018 serían auspiciosas. Algunos días antes, el Presidente Piñera había provocado molestias en la Concertación porque en su viaje a Japón criticó el bajo crecimiento de la economía durante los cuatro años de gobierno de Bachelet.
El énfasis en el crecimiento no es casual ni de los tiempos que corren. Desde hace veinte años, el crecimiento ha sido preocupación prioritaria de políticos y economistas, tanto de la Alianza como de la Concertación. Asunto curioso, ya que antes de 1990, la crítica de los economistas DC, PPD y PS al modelo instalado por el régimen de Pinochet cuestionaba el crecimiento sin una concepción global del desarrollo, así como la creencia ingenua en el libre mercado no regulado y la pasividad del estado en la economía. Sin embargo, a partir del momento que la Concertación se convierte en gobierno no se implementa una estrategia alternativa que trascienda la preocupación por el crecimiento. Es cierto que se habla de la equidad en los gobiernos de Aylwin y Frei e, incluso, en el programa de Lagos la consigna fue “crecimiento con igualdad”. Sin embargo, ello se quedó en el discurso ya que si bien se redujo la pobreza no hubo una preocupación, ni medidas de política pública, para favorecer una mejor distribución del ingreso, reducir las desigualdades de acceso en salud y educación, ni tampoco para generar equilibrios territoriales entre Santiago y las regiones.
El hecho ineluctable es que la mala distribución del ingreso, la concentración de la riqueza y la extrema centralización del poder económico en Santiago han sido consecuencia inevitable del énfasis exclusivo que se ha colocado en el crecimiento, sin una estrategia de desarrollo que lo acompañe. Un crecimiento sin dirección, con un estado pasivo, sin autoridad para orientar el desarrollo, ha culminado en una sociedad marcada por una elevada concentración de la riqueza y desigualdades profundas, muy lejos del camino de desarrollo adoptado por los países industrializados.
Sin estrategia de desarrollo, la política económica deja de ser un orientador de agentes y recursos y se convierte en un instrumento funcional a las decisiones del mercado, lo que en definitiva favorece sólo el accionar del gran capital y la concentración de la riqueza en pocas manos. Así las cosas, la economía chilena cierra las oportunidades de progreso a los pequeños empresarios y, por otra parte, impide el mejoramiento de la fuerza de trabajo.
En consecuencia, la obsesión por el crecimiento, sin mediaciones, ha conducido a la conformación de una estructura productiva en que prima la explotación y exportación de recursos naturales. Y, cuando el mercado orienta la actividad, sin mayores regulaciones, al empresariado le resulta más rentable dedicarse a procesos de producción y exportación de recursos naturales, cuya explotación es entregada gratuitamente por el estado. El mercado favorece así la orientación de la inversión hacia la explotación intensiva de recursos naturales, mientras el estado, con su comportamiento neutral, desincentiva iniciativas potenciales a favor de la producción de bienes de transformación. Ahora, con el precio del cobre y de los alimentos a niveles inéditos, Chile y probablemente otros países de América Latina acentuaran su condición de exportadores de recursos naturales lo que nos alejará aún más del camino hacia el desarrollo.
Una verdadera estrategia de desarrollo debiera apuntar al objetivo de conformar una estructura productiva y exportadora diversificada, que incorpore mayor valor agregado nacional a los bienes y servicios, que potencie a los pequeños empresarios y que favorezca un empleo de mayor calidad así como relaciones equilibradas entre el capital y el trabajo. Así ha sido en los países que en las últimas décadas han alcanzados el desarrollo, como Corea y Finlandia. En Chile, mucho se ha hablado sobre esta necesidad insoslayable, pero nada se ha hecho. La voluntad política ha estado ausente para impulsar esa transformación. Y, la verdad es que el crecimiento por sí sólo, por elevado que sea, no conduce al desarrollo.
28-11-10
El énfasis en el crecimiento no es casual ni de los tiempos que corren. Desde hace veinte años, el crecimiento ha sido preocupación prioritaria de políticos y economistas, tanto de la Alianza como de la Concertación. Asunto curioso, ya que antes de 1990, la crítica de los economistas DC, PPD y PS al modelo instalado por el régimen de Pinochet cuestionaba el crecimiento sin una concepción global del desarrollo, así como la creencia ingenua en el libre mercado no regulado y la pasividad del estado en la economía. Sin embargo, a partir del momento que la Concertación se convierte en gobierno no se implementa una estrategia alternativa que trascienda la preocupación por el crecimiento. Es cierto que se habla de la equidad en los gobiernos de Aylwin y Frei e, incluso, en el programa de Lagos la consigna fue “crecimiento con igualdad”. Sin embargo, ello se quedó en el discurso ya que si bien se redujo la pobreza no hubo una preocupación, ni medidas de política pública, para favorecer una mejor distribución del ingreso, reducir las desigualdades de acceso en salud y educación, ni tampoco para generar equilibrios territoriales entre Santiago y las regiones.
El hecho ineluctable es que la mala distribución del ingreso, la concentración de la riqueza y la extrema centralización del poder económico en Santiago han sido consecuencia inevitable del énfasis exclusivo que se ha colocado en el crecimiento, sin una estrategia de desarrollo que lo acompañe. Un crecimiento sin dirección, con un estado pasivo, sin autoridad para orientar el desarrollo, ha culminado en una sociedad marcada por una elevada concentración de la riqueza y desigualdades profundas, muy lejos del camino de desarrollo adoptado por los países industrializados.
Sin estrategia de desarrollo, la política económica deja de ser un orientador de agentes y recursos y se convierte en un instrumento funcional a las decisiones del mercado, lo que en definitiva favorece sólo el accionar del gran capital y la concentración de la riqueza en pocas manos. Así las cosas, la economía chilena cierra las oportunidades de progreso a los pequeños empresarios y, por otra parte, impide el mejoramiento de la fuerza de trabajo.
En consecuencia, la obsesión por el crecimiento, sin mediaciones, ha conducido a la conformación de una estructura productiva en que prima la explotación y exportación de recursos naturales. Y, cuando el mercado orienta la actividad, sin mayores regulaciones, al empresariado le resulta más rentable dedicarse a procesos de producción y exportación de recursos naturales, cuya explotación es entregada gratuitamente por el estado. El mercado favorece así la orientación de la inversión hacia la explotación intensiva de recursos naturales, mientras el estado, con su comportamiento neutral, desincentiva iniciativas potenciales a favor de la producción de bienes de transformación. Ahora, con el precio del cobre y de los alimentos a niveles inéditos, Chile y probablemente otros países de América Latina acentuaran su condición de exportadores de recursos naturales lo que nos alejará aún más del camino hacia el desarrollo.
Una verdadera estrategia de desarrollo debiera apuntar al objetivo de conformar una estructura productiva y exportadora diversificada, que incorpore mayor valor agregado nacional a los bienes y servicios, que potencie a los pequeños empresarios y que favorezca un empleo de mayor calidad así como relaciones equilibradas entre el capital y el trabajo. Así ha sido en los países que en las últimas décadas han alcanzados el desarrollo, como Corea y Finlandia. En Chile, mucho se ha hablado sobre esta necesidad insoslayable, pero nada se ha hecho. La voluntad política ha estado ausente para impulsar esa transformación. Y, la verdad es que el crecimiento por sí sólo, por elevado que sea, no conduce al desarrollo.
28-11-10
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