Sabemos como marcha este mundo. No crean que somos tontos y no nos damos cuenta. En Chile hay un pequeño grupo de grandes empresarios que se ha llevado la parte del león y hacen lo que quieren. Pagan bajos impuestos y los eluden en la minería; no cumplen con las leyes laborales y, ahora, presionan por bajar el salario mínimo; utilizan tarjetas usureras para vender a altos precios ropa y alimentos a la gente modesta; convirtieron la salud en un negocio y no cumplen los contratos con los enfermos; dejaron clavados a los jubilados, con pensiones de hambre. A esto nos quieren acostumbrar los dueños de Chile. Como se han comprado universidades y tienen el monopolio de los medios de comunicación, distribuyen la ideología que justifica sus intereses a lo largo y ancho de nuestro territorio intentando demostrar que vivimos en el Paraíso.
Ahora, se les pasó la mano. La celulosa Arauco, del Grupo Angelini, condenó a muerte a miles de cisnes de cuello negro que habitaban el santuario de la naturaleza, Carlos Andwanter, en la provincia de Valdivia. La planta procesadora evacuó sus residuos a las aguas del santuario, destruyendo el luchecillo, alimento esencial de los hermosos cisnes y de otras dos especies que habitaban el lugar.
Las leyes del mercado son ciegas frente al equilibrio ecológico y la pasión empresarial por el lucro, si no es regulada por el Estado, destruye la naturaleza y condena a los más débiles a asumir los costos del crecimiento. Los dueños de la celulosa Arauco han querido enriquecerse lo más rápido posible, sacrificando tres valiosas especies animales y, probablemente, a costa de la propia salud de los habitantes de Valdivia.
Este tipo de crecimiento no nos interesa. Esta modernización no le sirve al país.
Pero, ya lo sabemos. La ganancia privada arrasa con el interés público cuando no existe vigilancia ciudadana y cuando el Estado es condescendiente o timorato frente al poder económico. Por suerte, en Valdivia, las organizaciones civiles han sacado la cara por la democracia.
En la dramática y larga historia de la muerte de los cisnes de cuello negro precisamente las organizaciones de la sociedad civil de la región y organismos no-gubernamentales nacionales, como TERRAM, cuestionaron y alertaron sobre el grave error que significaba la instalación de la planta de celulosa en el humedal y posteriormente denunciaron las irregularidades que la empresa estaba cometiendo.
La institucionalidad medioambiental, como tantas otras veces, no ha estado a la altura de las circunstancias y el desastre anunciado se consumó y luego encontró una fundamentada explicación, que responsabiliza claramente a la empresa, en el informe de la Universidad Austral.
El caso de los cisnes de cuello negro es una tragedia que debiera servir para colocar, de una vez por todas, en el centro de las políticas públicas la protección de los recursos naturales y del medio ambiente. Para hacerlo, seria y responsablemente, terminando con la retórica para ganar credibilidad frente a los organismos internacionales, se requiere una nueva institucionalidad ambiental, de carácter autónoma, e independiente del gobierno. Sólo así se podrán minimizar las presiones empresariales y políticas a las que se ha encontrado sujetas las autoridades locales y nacionales responsables de la CONAMA.
Por otra parte, el Estado debiera apoyar con recursos e información a las organizaciones ciudadanas que han dedicado su sacrificio y voluntad a la tarea de proteger los recursos naturales de nuestro país. Estas organizaciones están ayudando a la democracia, ya que con su organización y accionar movilizan a la ciudadanía por derechos tan fundamentales como la defensa de la vida y la protección del entorno en que viven las comunidades.
19-04-05
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