domingo, 21 de noviembre de 2010

Violencia de los Excluidos

El jueves 29 de marzo fue un día de furia. Jóvenes de población, educados en escuelas inútiles, atacaron los símbolos distintivos de poder, riqueza y consumo. De forma anárquica, sin coordinación política, atacaron comercios, quemaron vehículos, agredieron a Carabineros y a la jueza Ana Chevesich, como antes lo habían hecho con el ex Ministro Eyzaguirre. Si se quiere entender lo que sucede, y no sólo reprimir y encarcelar, es preciso reconocer que estamos construyendo una sociedad de mierda, con desigualdades insoportables, que el Transantiago sólo las hace más evidentes.

Chile se ha convertido en un supermercado y las mercancías nos aplastan. Esto está en la naturaleza del capitalismo, pero ahora, en el siglo XXI, han adquirido vida propia. El sistema imperante ha dado origen a dos tipos de chilenos. Unos, que participan plenamente del poder y la riqueza, comprando y vendiendo aceleradamente cosas y personas. Otros, sin poder ni riqueza, viviendo en el sistema, pero excluidos. Ni los unos ni los otros son autónomos. Ambos se encuentran acosados por la publicidad y la vorágine de comprar. La diferencia radica en que a los excluidos el fetiche de las mercancías les genera aspiraciones imposibles de materializar.

La política, el deporte, la vida cotidiana y los hechos noticiosos aparecen mezclados con las mercancías, promovidas en vivo y directo por los propios hacedores de la opinión pública. Marcas y personas, casas comerciales y familias, celulares y tarjetas de crédito se encuentran entrelazados. 

La televisión y los comunicadores son vistos y escuchados en La Dehesa y en Puente Alto, en Las Condes y en Pudahuel. Pero, en los barrios para ricos las voluntades manipuladas por las marcas encuentran su desahogo en el mall y en el supermercado. No sucede los mismo con esos pobladores, especialmente jóvenes, que viven en los ghettos pobres de los alrededores de Santiago. Son objeto del mismo sistema de comunicaciones, pero están excluidos en todo los demás. Sus voluntades, también manipuladas, viven una frustración diaria al no poder materializar sus aspiraciones de consumo.Y o yreza la población proveniente de las ex colonias del

Los excluidos viven hacinados en casas pequeñas, lejos de colegios y hospitales. Tienen que desplazarse muchos kilómetros para ir a trabajar al barrio alto, como empleadas domésticas o como obreros de la construcción. Sus hijos, sin centros educativos ni espacios deportivos adecuados, se encuentran expuestos desde temprana edad a un medio altamente riesgoso, a una vida de calle, donde impera el microtráfico y la delincuencia. Los excluidos están marcados por la desesperanza y ésta es la mejor amiga de la delincuencia y de la violencia.

Empresarios, políticos y medios de comunicación reaccionan ante la violencia de los excluidos exigiendo represión y cárcel. No se escuchan propuestas de efectiva integración para los excluidos. Nadie habla de escuelas, centros de salud y deportes integrados. Menos sobre barrios sin segregación social. Se sigue sin comprender que
la rabia y el resentimiento acumulado explican en gran medida el aumento de la delincuencia y también los episodios de violencia que recorrieron las calles de Santiago el 29 de marzo. 

Hay que desalambrar. Los hijos de ricos y de pobres tienen que ir a las mismas escuelas. Los buenos hospitales tienen que atender a la mujer modesta y a la rica. La distribución territorial debe terminar con la segregación social que la caracteriza. La violencia se erradica con integración social y territorial, construyendo una sociedad igualitaria, donde se valoren las relaciones entre los seres humanos en vez de las relaciones de las personas con las cosas.

02-03-07

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