La carta del Presidente Clinton al Jefe de Estado de nuestro país es sorprendente. Señala que para facilitar las conversaciones sobre comercio hay que revisar los temas ambientales y las relaciones laborales. Además, se destaca, como condiciones previas para ese entendimiento, un acuerdo sobre inversiones, derechos de propiedad intelectual y la ampliación del paquete de acceso ante la Ronda Uruguay.
La propuesta de Clinton es insólita y llama la atención que haya sido calificada como muy positiva. Dicha propuesta es, en realidad, muy negativa para los intereses de Chile y debe ser rechazada vigorosamente.
En efecto, al Gobierno norteamericano no pareciera bastarle la considerable apertura de la economía chilena al sistema internacional. Esta no sólo fue evidente durante el régimen militar, sino que incluso se ha profundizado bajo el actual Gobierno. La reducción de aranceles desde el 15 al 11%, la disminución en el plazo de remisión de capitales extranjeros desde tres a un año y la liberalización en la legislación sobre propiedad intelectual lo ponen de manifiesto.
Sin embargo, la apertura de la economía chilena no es suficiente para la Administración Clinton, como tampoco lo fue para la Administración Bush. Esta, a través de su Secretaria de Comercio, Sra. Carla Hills, insistió hasta el cansancio que la oferta chilena ante el GATT debía ir mucho más allá de los ritmos que se ha impuesto el país internamente.
La exigencia norteamericana para que Chile disminuyera su arancel consolidado de 35% ante el GATT y para que concediera mayores aperturas en los servicios e inversión directa ya habían puesto en evidencia que la Iniciativa de las Américas y la oferta de un Acuerdo de Libre Comercio no constituyen ni una propuesta generosa, ni tampoco unilateral en favor de los países de América Latina.
En realidad, ambas iniciativas han sido instrumentos de presión para reforzar las propias luchas de los EE.UU. frente a Europa y Japón, en el seno del GATT. Hoy, con la carta de Clinton al Presidente Aylwin esto queda mucho más en claro y lo que corresponde es reaccionar de manera consecuente respecto a estos planteamientos estadounidenses.
En primer lugar, hay que reconocer que ha sido un error evaluar la Iniciativa de las Américas y el Acuerdo de Libre Comercio como la gran alternativa de inserción de Chile al sistema económico mundial. La política norteamericana, independientemente de sus gobiernos, y de los cambios ocurridos a nivel internacional, sigue tratando a América Latina como su patio trasero y, por tanto, es preciso reiterar que una relación económica y política con el país del norte, para que rinda verdaderos frutos, requiere afirmar la fuerza propia y del conjunto de la región.
En segundo lugar, los efectos económicos positivos de un ALC con los EE.UU. ya se ha dicho que serán mínimos en el ámbito propiamente comercial. Por otra parte, la tesis de los "beneficios intangibles" que sostiene que el libre comercio con EE.UU. daría magníficas señales inversoras a los agentes económicos internacionales no parece muy válida. Esta, no sólo es subjetiva sino que, al fundar las expectativas en un poder externo, debilita la fuerza propia que ha desarrollado y que debe seguir impulsando la economía chilena para enfrentar los desafíos internos e internacionales.
En tercer lugar, persistir en una actitud condescendiente y complaciente hacia la Administración norteamericana, esperando su buena voluntad para el inicio de las negociaciones, debilita objetivamente concentrar las energías en los puntos pendientes de discusión con ese país, entre los cuales la disputa por el tema de las uvas no es despreciable.
En cuarto lugar, la expectativa e incertidumbre que ha significado la espera y sucesivas postergaciones de la negociación del acuerdo comercial no favorece, y por el contrario oscurece, las indicaciones estables que requieren los agentes económicos internos y externos para un adecuado comportamiento inversor y comercial.
Por último, la actitud privilegiada que se ha otorgado a las relaciones con los EE.UU. sin, hasta ahora, obtener algo a cambio puede dañar las relaciones de Chile con otros poderes económicos mundiales y, por cierto, también, con los países de América Latina. Cuando las disputas económicas, muy manifiestas en el seno del GATT, han reemplazado hoy en día a los enfrentamientos ideológicos, es preciso tener una actitud muy precavida que evite identificaciones innecesaria con alguno de los poderes mundiales.
En definitiva, la carta enviada por el Presidente Clinton a nuestro Primer Mandatario no puede ser vista como un factor positivo en nuestra relaciones con los EE.UU., ni mucho menos puede aceptarse como base para la negociación de un Acuerdo de Libre Comercio.
Por el contrario, los condicionantes que allí se plantean debieran ser rechazados por representar una forma de presión sobre nuestro país que no corresponde al tratamiento igualitario entre dos estados soberanos.
6 de mayo de 1993
No hay comentarios:
Publicar un comentario