Se ha confirmado en los últimos meses que América latina debe ser la columna vertebral para sostener la inserción económica de Chile en el sistema internacional. El acrecentado proteccionismo de los países industrializados, la urgencia de iniciar la segunda fase exportadora, el interés del Japón en los mercados ampliados del cono sur de nuestra región, así como la necesidad de presentar un frente común de negociación ante una vacilante Iniciativa para las Américas confirman nuestra hipótesis.
La ronda multilateral de negociaciones comerciales del GATT ha sufrido ya varias postergaciones, como consecuencia de los desacuerdos entre los países del mundo industrializado.
En medio de las negociaciones, como sucede con los ejércitos en guerra, cada parte trata de ganar espacios imponiendo barreras comerciales a la otra parte. Sin embargo, los países pobres han sido prácticamente excluidos de las conversaciones o, en el mejor de los casos, algunos se ha comprometido con los países en conflicto en la esperanza de obtener a cambio condiciones más ventajosas en una futura negociación bilateral.
La dura realidad, que ha puesto en evidencia la Ronda Uruguay, muestra que el liberalismo económico es sólo retórica cuando los intereses de los países poderosos se ven afectados.
Paradójicamente, cuando el Socialismo de Estado ha sido derrotado en la Europa del Este, cuando el Estado del Bienestar ha retrocedido en el Primer Mundo y el Estado cepalino ha sido reemplazado en América latina por el neoliberalismo, a nivel de los asuntos económicos mundiales los únicos inconsecuentes con la apertura al mercado internacional son los países ricos.
Ello se constata no sólo con las batallas comerciales entre Estados Unidos y la CEE, o entre éstos y el Japón, sino con las barreras comerciales que de manera creciente sufren los productos de exportación de los países pobres de parte de los países ricos.
A pesar de estas constataciones, de suyo evidentes, algunas destacadas personalidades en nuestro país han privilegiado un acercamiento al mundo desarrollado como estrategia de inserción internacional. Es la tesis de " la buena casa en un mal barrio", variante pesimista del "adiós a América latina".
Sin embargo, las malas noticias casi siempre vienen de los barrios lejanos. El caso de las uvas envenenadas, el bloqueo a las industrias Cardoen y la reciente restricción comercial a las manzanas o la posible a los kiwis, han puesto en evidencia que los "malos muchachos" no están precisamente en nuestro barrio.
En definitiva, ni la buena contabilidad macroeconómica, ni el rechazo a nuestras raíces latinoamericanas, ni menos la debilidad frente a los países ricos, han servido de argumentos para que el tratamiento económico que se nos otorgue sea de igual a igual con alguno de los países del Primer Mundo.
Si se observa el mundo de hoy bajo el prisma de la objetividad y se dejan de lado las percepciones idealizadas internas e internacionales es que podremos obtener verdaderos beneficios de la inserción económica de Chile para un modelo económico en que su eje radica en el sector externo.
En efecto, la realidad es que la economía chilena necesita de la economía mundial para reproducirse. Su propio espacio le queda pequeño. Esto no sucede porque se haya agotado la demanda interna, sino que fundamentalmente por una mala distribución del ingreso y por un tipo de producción caracterizada por un componente exportador en que predominan los productos primarios.
Frente a tal realidad la inserción económica internacional de Chile no puede mirar sólo hacia su frente externo. Debe actuar también sobre su frente interno.
En el frente interno, hay que tomarse con seriedad y precisar el significado de la segunda fase exportadora. Hay que tener en cuenta que del total de nuestras exportaciones un 90% son recursos naturales o recursos naturales procesados, los cuales tienen su mercado principal en los EEUU, la CEE y el Japón. Mientras que la producción propiamente industrial representa un modesto 10%, con un mercado principal en los países de América latina.
Avanzar en el procesamiento, vale decir en la incorporación de mayor valor agregado a los recursos naturales y comprometerse en iniciativas industriales de mayor envergadura que modifiquen a mediano plazo de manera sustantiva la oferta productiva y el componente exportador obliga a una verdadera tarea nacional.
Para ello el Estado, los trabajadores y los empresarios deben tener la voluntad política de colocar a las nuevas tecnologías y a la educación en el centro de la vida económica del país.
No es posible que se sigan desperdiciando los recursos humanos de los jóvenes pobladores que no tienen más alternativa que la delincuencia o la cárcel. No es posible que la mujer tenga en una elevada proporción trabajos improductivos. No es posible que los obreros estén ligados durante toda su vida útil a un mismo tipo de trabajo, sin mecanismos ni recursos para su promoción.
Esta situación que estremece el corazón de la gente sensible no tiene sólo una dimensión social, sino productiva. La educación y la capacitación de los recursos humanos de Chile no puede estar determinada por el nivel de ingresos de la familia o de las personas, sino por el interés y los recursos de toda la sociedad.
Una educación en cantidad y calidad que opere independientemente de los niveles de ingresos de las familias promoverá el desarrollo de las capacidades subutilizadas de toda la inteligencia nacional. Y es esta inteligencia potenciada la que permitirá desplegar las iniciativas y adaptaciones tecnológicas necesarias para recomponer la oferta productiva nacional y consecuentemente modificar la estructura tradicional de las exportaciones, en favor de productos con mayor valor agregado.
Nuestra casa mejorará así sustancialmente, mostrando al mundo no sólo una buena contabilidad macroeconómica, sino una mejor realidad social y productiva.
Pero, por cierto, aún queda pendiente el frente externo.
La realidad actual muestra que la oferta exportadora se reparte de forma desigual entre las distintas regiones del mundo. A fines de 1991, un 18% se coloca en Japón y en los EEUU; 32% en la CEE y menos de 14% en América latina; con un restante 18% en otros países de la comunidad económica internacional.
Lo que interesa destacar, sin embargo, es que el bajo nivel de exportaciones hacia América latina está compuesto en sólo una tercera parte por recursos naturales y en dos terceras partes por productos procesados. Esto hace una diferencia radical con las exportaciones hacia EEUU, la CEE y el Japón, en los cuales se presenta la relación inversa.
De tal manera, parece indiscutible que se presenta un mayor potencial para implementar una segunda fase exportadora en los mercados de América latina que en los de los países industrializados.
La mayor demanda potencial para productos con mayor grado de procesamiento en América latina se ve reforzada en la década de los noventa por una doble razón: por una parte, porque la región ya ha salido de la fase de estancamiento de la década de los ochenta y, por otra parte, porque el nivel de exportaciones de Chile a la región llegó a representar un cuarto de su oferta en 1980 y con equilibrio comercial.
Actualmente, sin embargo, se presenta un bajo nivel de exportaciones con un elevado déficit comercial de alrededor de 1.000 millones de dólares.
En definitiva, las condiciones objetivas para recuperar los niveles históricos de comercio con la región latinoamericana y para profundizar las relaciones económicas se encuentran presentes. Estas condiciones, unidas a la necesidad de la economía chilena de ampliar la oferta exportable de productos con mayor grado de procesamiento constituyen una convergencia ideal que debe tenerse presente a la hora de precisar la estrategia de inserción de la economía chilena.
Por ello creemos que es un error reclamar contra el barrio que nos vio nacer. El barrio nos está entregando una verdadera oportunidad que, por ahora, no nos ofrecen otros barrios. Y no sólo eso. En realidad, nuestro barrio permite a Chile una proyección económica más completa al sistema internacional, ya no sólo en base al comercio, sino en base a la materialización de inversiones y exportación de servicios.
En contra de algunos intereses de corto alcance las relaciones económicas con Argentina, por ejemplo, han significado inversiones directas de empresas chilenas, en los dos últimos años, cercanas a los 1.000 millones de dólares y una proyección en servicios empresariales absolutamente inédita para nuestro país.
Por último, la oportunidad de una efectiva integración física sólo es posible entre países vecinos que aprovechan sus amplias fronteras limítrofes para compartir el gas natural, el petróleo y otros recursos naturales en favor del desarrollo y de la paz.
Por otra parte, y de manera complementaria, la lucha de las frutas, ya sea con la CEE o con los EEUU, no puede tener mejores aliados que nuestros propios vecinos. Pelearnos, por ejemplo, con los argentinos por el tránsito de ajos y cebollas a los puertos del Pacífico resulta superfluo ante la mayores luchas por las uvas, las manzanas y los kiwis frente a los países desarrollados.
Del mismo modo, dejar abiertos los puertos del Pacífico no sólo nos coloca dentro de la más estricta legalidad internacional, sino que elimina las tensiones políticas y abre caminos económicos para que se despierten de verdad los intereses del Japón y de los países dinámicos del Asia en el cono sur de América latina. En tal caso son obvios los beneficios para nuestra economía.
En definitiva, en el marco actual de restricciones al comercio de los países industrializados y con el virtual fracaso de la Ronda Uruguay, la ampliación y fortalecimiento de las relaciones económicas y políticas con los países de América latina constituye una necesidad insoslayable. Las vacilaciones y obstáculos que se han presentado hasta ahora en las negociaciones económicas bilaterales con Sur y Centroamérica debieran ser superadas si se desea avanzar en una mejor inserción de la economía chilena en el sistema internacional.
Las oportunidades se las lleva el viento y este sopla veloz en el vertiginoso clima internacional de fines de siglo.
2 de marzo, 1993
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