El Economist es la revista mas leída por los admiradores del capitalismo al estilo norteamericano. Quizás por eso circula poco entre los franceses, alemanes y japoneses, que no gustan de este tipo de capitalismo. El reciente número aniversario de sus 160 años nos muestra un capitalismo único, ahistórico, sin matices, que ha asegurado el crecimiento y reducido las desigualdades en el mundo entero. En esta oportunidad el Economist perdió la compostura, ya que lo escrito no se compadece ni con la historia ni con el sentido común y, más bien, parece un panfleto ideológico.
No por casualidad el Economist nació en 1843, cuando los intereses de la burguesía manufacturera se veían limitados por el mercado interno y buscaban ampliar sus ganancias en el mercado mundial. Porque Inglaterra, sólo después de haber consolidado su industria y convertirse en un líder tecnológico es que comienza a promover el liberalismo económico.
Previamente la monarquía británica era proteccionista. Fue sostenedora de un tipo de capitalismo que controlaba rígidamente las importaciones, base de una revolución industrial que le permitió asegurar a Inglaterra una hegemonía manufacturera, tecnológica y comercial en el mundo. La protección a industrias nacientes también fue adoptada por los países de la Europa continental y fue implementada aún con mayor intensidad por los Estados Unidos. Lo mismo hicieron después de la segunda guerra mundial Japón y los países asiáticos exportadores de manufacturas.
En suma, al contrario de lo que sostiene el Economist, tanto Inglaterra, como Europa, EE.UU, Japón y los países asiáticos exportadores de manufacturas no aplicaron políticas de libre mercado internas y de apertura externa para industrializarse, sino de gran regulación estatal y elevado proteccionismo.
La historia demuestra que la liberalización y la apertura sólo se impulsó a partir del momento que estas economías aseguraron su posición competitiva en la producción de tecnologías, bienes de capital y manufacturas livianas. Pero, todos estos países, en una primera fase proteccionistas y luego libremercadistas, siguen restringiendo el acceso a sus mercado cuando otras economías tienen mayor capacidad competitiva, lo que es especialmente manifiesto hoy día en el sector agrícola. Esto prueba que a la hora de la verdad lo que manda en la economía y política mundial son los intereses y que la ciencia económica dominante sirve a su racionalización.
Bajo crecimiento, grandes desigualdades
Por otra parte, también al contrario de lo que destaca el Economist, bajo la actual euforia de conservadurismo económico y globalización se han agudizado las desigualdades y el crecimiento económico ha sido muy débil, curiosamente con la excepción de países altamente reguladores y moderadamente aperturistas como China, India y Vietnam.
Un estudio para 116 países desarrollados y subdesarrollados destaca que el ingreso per cápita de éstos creció apenas a la tasa de 1,4% anual entre 1980 y el 2000, mientras que entre 1960 y 1980 lo hicieron a la tasa del 3,1%[1].
En América Latina, entretanto, según informa la Cepal , entre 1945 y 1980 el crecimiento per-cápita fue de 3,1%, mientras que entre 1990-2000 sólo aumentó en 1,6%, década en que las reformas neoliberales ya se habían consolidado; vale decir, después de los ochenta en que el crecimiento fue nulo.
En el terreno de las desigualdades, Naciones Unidas ha destacado las amenazas para la seguridad humana que significan que el progreso tecnológico, el crecimiento y el desarrollo social no lleguen a las mayoría de la población mundial y se concentren en un reducido número de países y empresas transnacionales. O sea, lo sorprendente es que casi la totalidad de los países, especialmente los subdesarrollados, crecieron mucho más, y con menores desigualdades, cuando no aplicaron las políticas de conservadurismo económico y apertura indiscriminada de sus economías; vale decir “las malas políticas” como dirían el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mudial de Comercio y, por supuesto, el Economist.
El Secretario Ejecutivo de la Cepal , José Antonio Ocampo destaca, con preocupación, esta nueva realidad mundial: “ A lo largo del último cuarto de siglo se proclamó que la globalización y la liberalización de las fuerzas del mercado eran las puertas a una prosperidad sin precedentes. Sin embargo, en los últimos años se ha producido un intenso cuestionamiento de esta visión.
A nivel mundial, el comercio y la inversión extranjera directa crecieron notablemente, pero la tierra prometida de las altas tasas de crecimiento se percibe cada vez más como un espejismo. Las disparidades internacionales de los niveles de ingresos se han ampliado y las tensiones distributivas se han acrecentado tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados”[2]
Paul Krugman, calificado economista del establishment norteamericano y articulista del New York Times, en reciente conferencia en Madrid dibujó un sombrío panorama sobre las desigualdades y la distribución de la riqueza en los Estados Unidos, país que tuvo un notable crecimiento en los años noventa: en 1970 el máximo responsable de una empresa cobraba cuarenta veces el salario medio de un trabajador, y en el año 2000 cobra mil veces más.
Las preocupaciones de Krugman para EE.UU. o las críticas que se le conocen a Stiglitz y a Rodrick sobre la globalización ponen en evidencia que el debate económico comienza a abrirse frente a interpretaciones que, como las del Economist, no sólo son erroneas históricamente y sugieren políticas inconducentes, sino que colocan en peligro la estabilidad social y política mundial, regional y en muchos países en desarrollo.
Y Chile que?
En Chile, el pensamiento único todavía encuentra débiles desafíos, subsistiendo una gran mentira sobre los fundamentos de nuestros éxitos económicos. En efecto, a pesar de que el vigor de nuestra economía hasta 1997 se fundó en subsidios, exenciones impositivas, devoluciones arancelarias, así como en generosas privatizaciones y regalos a una banca privada quebrada, el discurso vigente en la academia, la prensa, los empresarios y los políticos insiste en descalificar al Estado.
El Economist, entonces, tendrá que explicarnos cómo fue posible el vigoroso crecimiento de la economía chilena entre 1984-1997 con un Estado interventor. Y, también, tendrá que explicarnos porqué a partir de 1998 cae a la mitad el crecimiento, con una economía más abierta al mundo y con un Estado que ha eliminado los instrumentos de fomento y subsidios.
Por otra parte, el Economist deberá ayudarnos a entender porqué las desigualdades se han profundizado seriamente tanto en la fase de elevado cómo de bajo crecimiento. O sea, al final de cuentas, la interpretación del Economist sobre la historia de 160 años de capitalismo en el mundo es escasamente útil y tampoco sirve mucho para entender el crecimiento y las desigualdades en Chile.
11-07-03
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