Estudié en el Liceo de Aplicación. Cursé allí los años de la educación básica y media. Conviví en sus aulas y patios con niños de los más diversos orígenes sociales: hijos de familias obreras, empleados públicos y empresarios. El rector Contreras y el Inspector Isamit educaban, con rigor y ternura, en la austeridad y la decencia. Julio Cesar Jobet, Enrique Cañas Flores e Izquierdo Araya, figuras de la política nacional, de variados orígenes doctrinarios, nunca vacilaron en dedicar su tiempo a enseñarnos la historia y geografía de Chile, destacando siempre la importancia de los valores cívicos.
El profesor Dujisin nos obligaba a convertirnos en memoriosos Funes, exigiéndonos multiplicar mentalmente cifras de tres números mientras el profesor Gutiérrez despertaba nuestro letargo con un inmenso llavero que, con una puntería impecable, enviaba a los pupitres cuando la ortografía nos era esquiva.
Y para desahogar las recargadas energías, detrás del colegio, en la calle Concha y Toro, se concretaban desafíos pugilísticos que resolvían absurdas disputas juveniles. El Aplicación, me dejó grandes recuerdos y creo, ayudó a muchas generaciones con su exigente formación intelectual y ética.
El desplome del edificio del Aplicación, que ha seguido al que vivió el Instituto Nacional, me ha estremecido. No es posible que hayan pasado largas décadas y no se haya invertido un peso en reparar y mejorar las instalaciones del Aplicación que ya en mis años de niñez era bastante antiguo. En verdad, resulta intolerable que no se haya construido un nuevo edificio para la educación de las nuevas generaciones en un colegio de tan larga tradición.
Y a la hora de las responsabilidades, cuando literalmente el desgaste de materiales hundió el colegio y se accidentaron 23 niños, resulta lamentable que se pasen la pelota entre el municipio y el Ministerio de Educación y al final todos se encogen de hombros.
Sólo cuando la presión se convierte en insostenible, nos anuncia el Ministerio de Educación que los “colegios emblemáticos” recibirán recursos para reparaciones. ¿Y los colegios públicos que no son emblemáticos? Habrá que esperar quizás varios años más para que se disponga de algunos otros recursos, cuando se produzca un nuevo accidente en algún colegio público no emblemático.
Las medidas de parche no resuelven el problema principal que caracteriza a la educación chilena.
La educación pública está en el suelo, no sólo porque se derrumban sus instalaciones sino porque no se hacen esfuerzos ni se dispone de recursos para mejorar su calidad. En los hechos se ha privilegiado la educación privada.
Se ha consagrado en el país una educación inservible para los pobres y capas medias, junto a una educación privada empresarial para las familias de altos ingresos. Así las cosas, los niños pobres tiene asegurada la pobreza, los provenientes de capas medias viven un futuro incierto y los hijos de familias ricas tienen garantizadas las mejores universidades en Chile y en el extranjero.
El hundimiento del Liceo Aplicación simboliza la tragedia de la educación publica y de las desigualdades que caracterizan nuestro país.
10-09-08
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