martes, 23 de noviembre de 2010

¿QUÉ PASA CON LA INTEGRACION REGIONAL?

Integración en la encrucijada

Las políticas neoliberales culminaron con un desastre en la mayor parte de los países de América Latina. Los estados se achicaron y perdieron capacidad de gestión, la nomenclatura política tradicional se consumió en la corrupción y las burguesías nacionales, con el retroceso sufrido por la industrialización, se debilitaron. El ciclo económico recesivo 1998-2002, empujado por la crisis financiera asiática, fue la gota que colmó el vaso: produjo una violenta caída del PIB, con aumento de la pobreza y el desempleo y una ampliación inédita de las desigualdades.

En pocos años emergió un nuevo liderazgo político, que ha reemplazado al que durante varias décadas había dirigido a nuestros países. Ese liderazgo se ha planteado como la opción para enfrentar el desastre social y la creciente corrupción que recorre el Continente. Así las cosas, han sido elegidos en procesos democráticos Lula en Brasil, Vásquez en Uruguay, Chávez en Venezuela, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia y Kirchner en Argentina. 

Aún cuando los nuevos gobiernos cuestionan el neoliberalismo y se manifiestan críticos de las posturas hegemónicas de los EE.UU. en la región, todavía no han construido un proyecto económico manifiestamente alternativo al actualmente dominante. Pareciera existir perplejidad para enfrentar los desafíos del desarrollo en la actual fase de la globalización y no se sabe muy bien como ganar posiciones competitivas especialmente frente a la apabullante ofensiva exportadora de China y la India.

Sin embargo, y lo que resulta paradójico, es que tampoco estos nuevos gobiernos manifiestan una clara voluntad integracionista. Lula y el gobierno brasileño lideraron con éxito el rechazo al ALCA que tanto interesaba a los EE.UU. Pero, al mismo tiempo, Brasil no ha sido capaz, o no ha querido, ejercer un efectivo liderazgo para avanzar en el proceso de integración regional. 

Por su parte, Kirchner ha concentrado todos sus esfuerzos en resolver los problemas internos heredados del periodo Menem, dejando de lado los asuntos de política internacional y regional. 

Los nuevos gobernantes de Ecuador y Bolivia se encuentran en situación similar a la de Kirchner, con el factor adicional que se han embarcados en la difícil tarea de reformular los sistemas políticos sobre la base del establecimiento de asambleas constituyentes, lo que compromete fuertemente sus agendas. 

Finalmente, Venezuela aparece en iniciativas de doble envergadura, con un Presidente Chávez que despliega un vigoroso activismo para acumular fuerza interna mientras que, por otra parte, intenta afirmar posiciones de liderazgo en Sudamérica, con una retórica que le ha significado varios conflictos con países de la región.

Bajo tales condiciones no ha existido un efectivo accionar integracionista que vaya más allá de las palabras y más bien se han producido diferencias preocupantes en la década en curso. Las disputas comerciales entre Brasil y Argentina y el conflicto por las celulosas entre Argentina y Uruguay han colocado al MERCOSUR en situación difícil. El retiro de Venezuela ha debilitado a la Comunidad Andina de Naciones (CAN) mientras el Presidente Chávez se embarca en nuevas iniciativas políticas que, como el ALBA, en vez de apuntar a la conformación de un mercado común regional favorecen la dispersión. 

La Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) no avanza en su proyecto de convergencia arancelaria regional ni en la homogenización de disciplinas, a pesar de la existencia de numerosos acuerdos bilaterales en la región, que serían de fácil multilateralización. 

A su turno, Chile ha perseverado con la suscripción de TLC  con los países industrializados, luego de su acuerdo con los EE.UU. 

Al mismo tiempo, los países del norte de la América Latina se han plegado formalmente a los Estados Unidos: México en el NAFTA y los cinco países de Centroamérica asociados mediante un TLC. Y después del fracaso del ALCA, los EE.UU. persistieron en su proyecto hemisférico con la suscripción de un TLC con Perú y otro con Colombia.

En suma, la integración regional no avanza o más bien apunta a la dispersión. El comercio intrarregional en el MERCOSUR, que llegó a sumar un 25% del total de las exportaciones en 1997, apenas alcanza hoy día al 14%; la CAN supera levemente el 10%; y, las exportaciones intra-ALADI (Sudamérica más México y Cuba) son sólo de un 15%. Estas cifras contrastan con ese 60% de comercio intrarregional existente en la Unión Europea. O sea, mientras las exportaciones de los países de la región al mundo crecen vigorosamente, al calor de la demanda de minerales y alimentos provenientes de la China y la India, el comercio entre nuestros países tiende a decrecer. 

Y, al mismo tiempo, la institucionalidad y las medidas de política para avanzar en nuestra integración regional se muestran débiles.  No obstante, la retórica se muestra vigorosa y se multiplican las iniciativas. De la Comunidad Sudamericana de Naciones se ha pasado al UNASUR. Ha emergido el ALBA. Junto a la CAF ahora se tiene el Banco del Sur. Se ha conformado el IIRSA pero todavía con escasa efectividad práctica. 

Simultáneamente, Sudamérica se ha olvidado de México y de Centroamérica mientras que, por otra parte, han aparecido diferencias entre la Cuenca del Pacífico de Sudamérica y la Cuenca del Atlántico.

La irrenunciable integración

A pesar de la dificultades que ha tenido la región para integrarse no sólo en el momento actual sino en sus distintas fases de desarrollo, la unión económica de nuestros países sigue siendo un proyecto irrenunciable. Probablemente hoy día más que en el pasado porque ahora los desafíos son mayores. 

En primer lugar, las particularidades de la actual fase de la globalización hacen más vulnerables nuestras economías frente a los vaivenes de la economía mundial. En segundo lugar, la emergencia de China y la India como potencias en pleno crecimiento, productoras a bajo costo de manufacturas y servicios, dificultan el posicionamiento competitivo de nuestros países y ello se ha convertido en una presión para que sigamos exportando combustibles, minerales y alimentos. 

Todo indica que las nuevas cadenas productivas transnacionales y su reordenamiento a nivel mundial empujan a nuestros países a explotar exclusivamente sus ventajas comparativas geográficas dificultando la diversificación del patrón productivo-exportador.

Para salir del subdesarrollo nuestra región no pueden seguir anclada en la producción y exportación de bienes primarios y se encuentra obligada a diversificarse. Para atacar radicalmente la pobreza se necesita reducir el desempleo y terminar con el empleo precario, lo que exige potenciar a las pequeñas empresas y formalizar la ocupación. 

Para mejorar la productividad, y competir con los países asiáticos, se necesita más inversión en ciencia y tecnología y se requieren más recursos en educación pública. Para cumplir con esas tareas la integración es insoslayable. 

Los recursos en América Latina son generosos en bienes primarios pero escasos en ciencia, tecnología y educación, lo que obliga a iniciativas y a esfuerzos conjuntos. Así las cosas, y bajo las nuevas condiciones de la globalización, sigue vigente la preocupación primigenia de Prebisch: la integración es un componente fundamental del desarrollo. 

Para manufacturar, agregar valor a las exportaciones, potenciar las pequeñas empresas y mejorar la eficiencia de la fuerza de trabajo la unión regional resulta fundamental, aún en las nuevas condiciones de la economía global.

Con la fuerza conjunta de los talentos de cada uno de los países de la región es que podremos enfrentar los desafíos de la globalización. Pero también ello exige algunos requisitos. En primer lugar, nuestros países, sus gobiernos, empresarios, trabajadores y organizaciones no gubernamentales deben reconocer y aceptar la diversidad económica y política que recorre la región. En segundo lugar, los países más potentes de nuestra región tiene la responsabilidad de asumir el liderazgo integracionista, como lo hicieran Alemania y Francia en Europa. En tercer lugar, para hacer integración de verdad hay que ceder soberanía, como sucedió con la Unión Europea, porque sólo así es posible desplegar políticas comunes de beneficio mutuo.   

Con estos requisitos es posible dar los primeros pasos apuntando en la siguiente dirección:

a)         No hay razón alguna para continuar dilatando la convergencia arancelaria, la homogenización de disciplinas y un sistema único de solución controversias sobre la base de los existentes acuerdos bilaterales y los esquemas subregionales del MERCOSUR y la CAN. Así se construirá un mercado común capaz de competir con los grandes bloques regionales en otras latitudes.

b)           La globalización y la apertura al mundo no deben hacer olvidar que dos tercios de la producción de nuestros países se encuentran destinados al mercado interno. Consecuentemente, una completa liberalización en bienes y servicios entre nuestros países sólo puede beneficiar el empleo y el fortalecimiento de las pequeñas empresas y además ganar posición competitiva frente a los grandes exportadores de manufacturas.

c)           El tratamiento común frente al capital extranjero resulta cada vez más necesario. En vez de continuar en esa desgastante competencia por atraer recursos provenientes del exterior reduciendo las exigencias a la inversión extranjera, nuestros países debieran ponerse de acuerdo con una política común que permita su acceso pero que, al mismo tiempo, beneficie a los sectores que interesa promover y en condiciones que no sean expoliadoras para nuestras economías.

d)           Tanto el gran capital como el pequeño y también los gobiernos de la región deberían priorizar la construcción de una infraestructura regional que no sólo sirva para la exportación de nuestras materias primas, sino que favorezca la disminución de los costos de producción de los bienes y servicios para los mercados internos de América Latina. Los proyectos de energía,  comunicaciones, caminos y  puertos, por su envergadura inversionista y porque trascienden a un solo país debieran estar en el centro del proceso de integración regional.

Finalmente es conveniente señalar que la integración es también una tarea política. Como ha sido evidente en otros periodos históricos, la estabilidad y solidez democrática se encuentra ligada a lo que sucede en los países vecinos. 

Los conflictos diplomáticos y las controversias económicas entre países cercanos dificultan este propósito, exaltan el chauvinismo y estimulan los argumentos a favor del armamentismo. 

Por tanto, el mejoramiento de las relaciones entre nuestros países y una sólida integración regional tiene no sólo una dimensión económica sino también política y diplomática insoslayable. 


09-01-08

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