Chile es un supermercado. Las mercancías adquieren vida propia y la publicidad exige desear y ser deseables. La voluntad se debilita y no hay autonomía para elegir. Si dejas de consumir no existes. Todos somos obedientes, los unos y los otros. Los de arriba, comprando y vendiendo aceleradamente cosas y personas. Los de abajo, vendiendo su trabajo barato y recorriendo el supermercado con una tarjeta de crédito.
Periodistas y comunicadores nos ayudan en televisión. Publicitan en vivo para casas comerciales, farmacias y locales de comida rápida. En los ratos libres, arriendan sus rostros bonitos y cuerpos deseables, a Falabella, Jumbo, Paris y Lider. Nos hipnotizan, es su trabajo, son profesionales, para eso aprendieron. (La mala conciencia se arregla con la Teletón: todos unidos en la caridad publicitaria). Política, deportes y hechos noticiosos mezclados con las mercancías, casi con ingenuidad, por los hacedores de la opinión pública.
Una farándula que arremete y nos domina. Marcas y televisión, casas comerciales y periodistas, entrelazados para ayudarnos a consumir. La misma televisión y los mismos comunicadores en La Dehesa y Lo Hermida, en Las Condes y Pudahuel. Las marcas acosan en los barrios para ricos y la ansiedad se desahoga en el supermercado. Las mismas marcas desafían a los pobladores de los ghettos pobres, pero las aspiraciones de consumo no se satisfacen. Entonces hay que asaltar, hay que drogarse. El supermercado no descansa.
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